La respuesta que, como municipalista, más me ha tocado escuchar en el entorno de los alcaldes cuando se les pregunta qué hacen con relación a algún problema complejo en su demarcación, es que tienen pocas o nulas facultades y presupuesto para resolverlo.
Pareciera que la competencia electoral ha generado que su vocación y análisis presupuestal y operativo tienda mas a la dádiva que se hace en público, que a la solución de problemas de fondo que en muchos casos se hace en privado.El trabajo ordenado y efectivo ni es noticia ni resulta atractivo para las clientelas.
La pandemia mundial por el Covid-19 ha provocado que el problema se agudice en ramos como el desarrollo económico, en el que los gobiernos locales de la CDMX han hecho, por décadas, poco más que administrar el ambulantaje y acosar al pequeño comerciante establecido para obtener recursos no fiscalizables.
Cifras del sector empresarial señalan que en la CDMX han quebrado casi 35 mil empresas de todos tamaños.
Ante ello, el presidente de la República mandó un mensaje bastante claro de la manera en que su gobierno y los emanados de su partido conciben el problema, afirmando que las empresas privadas que tengan qué quebrar, pues que quiebren.
Independientemente de las muchas medidas conocidas y novedosas que los gobiernos estatales y federal podrían implementar para salvar los empleos del sector privado y el efecto multiplicador del salario en el ciclo económico, me viene a la memoria una que los gobiernos de las alcaldías podrían ejecutar durante y después de la pandemia, para multiplicar el ingreso de sus habitantes: la reconversión del comercio minorista.
Recuerdo, por cercano, como ejemplo: el programa La Jarocha Próspera que, quien fuera secretario de Desarrollo Económico de aquellos lares la primera mitad de esta década, Erik Porres, implementara como programa piloto, con fondos tanto federales como estatales en un pari passu del ahora desaparecido Instituto Nacional del Emprendedor (INADEM).
La Jarocha Próspera consistía en atender a las “tienditas de la esquina” dotándolas de hardware, software y capacitación, logrando que sin duplicar sus ventas sí duplicaran su ingreso familiar gracias a un mejor manejo de inventario, al adecuado acomodo de la mercancía, a una imagen corporativa y al establecimiento de roles claros dentro de la microempresa, entre otras.
¿A cambio de qué? De completar los cursos y darse de alta en el SAT bajo el régimen simplificado.
Aún sin el INADEM, las alcaldías tienen presupuesto de desarrollo económico más que suficiente para una versión de este programa que permita que las tienditas que abren en sus casas personas adultas mayores, madres solteras, personas con discapacidad, o simplemente adultos sin una capacitación suficiente para ser empleables, se vuelvan la columna vertebral del ingreso familiar, se incorporen al pago de impuestos y contribuyan a la recuperación económica desde abajo. O, claro, seguir regalando pan de muerto y roscas de reyes.