Ahora que la limpieza se ha vuelto nuestro mantra de supervivencia y la hiperestesia nuestro estado cotidiano, recordé un cuento de Horacio Quiroga que va muy a tono con los días: “Los guantes de goma”.
Este brevísimo relato narra una funesta manía esterilizante que lleva a la joven Desdémona a la muerte. Todo comienza cuando el padre de la joven cae gravemente enfermo de viruela negra y muere. A pesar de que fue confinado en una Casa de Aislamiento para evitar el contagio de su familia, Desdémona comienza una crisis nerviosa al enterarse de los microbios que pudieron quedarse habitando en su casa tras el padecimiento de su padre. En busca de combatir cualquier contacto con ellos, empieza a lavarse las manos de forma furiosa hasta dejarlas en carne viva. Por más que los doctores buscan atender su delirio explicándole, cubriéndole las manos e impidiendo el lavado, Desdémona continúa tallando cada vez de forma más lacerante y muere a causa de una espantosa infección.
Este cuento de Quiroga, como otros relatos de la época de corte cientificista, se origina en un Buenos Aires efervescente de ocultismo e innovaciones científicas. Los descubrimientos de Koch en bacteriología, las novedades de la técnica cinematográfica y la revolución de la cuántica se narraba en la misma página del diario que las aventuras de experimentadores espiritistas como De Rochas y Aksakof, que buscaban confirmar teorías como la existencia de fluidos magnéticos y la telequinesis. Esto creó una imagen fantástica de “lo científico”, imaginario del que la literatura de autores como Leopoldo Lugones, Atilio Chiappori y Horacio Quiroga, entre otros, sacó muy buen provecho.
Más allá de los diarios de pandemia, la relectura de literatura apocalíptica, distópica y biopolítica, entre otras aproximaciones artísticas que han partido de la crisis, me parece que hay otro género que revivirá con fuerza.
En estos meses en que nuestros periódicos muestran en la primera plana terroríficos estudios epidemiológicos a lado de las lagunas mentales de nuestros líderes y sus retahílas sacerdotales, no debería sorprendernos si comienza a exacerbarse la producción literaria de relatos del absurdo: un collage de los burócratas de Kafka –que siempre hacen algo distinto a lo que supuestamente deberían hacer y ejecutan sus labores a través de procedimientos impenetrables–, las esotéricas conferencias mañaneras –autos de fe contra el gabinete y la ciencia–, un pasaje de Ionesco, y la aclamada novela de las siete de la noche.
Espero que los escritores estén poniendo manos a la obra para retratar lo descabellado de nuestros días, mientras el gabinete se pelea por si es temporada de patos o de conejos; si hay que lavarse las manos como Desdémona, olvidar la viruela negra o hacer caso de los cuidados de los médicos y mantener las casas de aislamiento