El avance de los regímenes “progresistas” sigue imparable en el mundo, esto significaría un impulso a políticas sociales que, en teoría, deben fomentar el desarrollo y el abatimiento de la pobreza, al menos eso dice el discurso.
Pero, como en todo, una cosa es lo que dicen los documentos y los discursos y otra muy distinta es lo que sucede en la vida real; estos regímenes “progresistas” tratan de cambiar, entre otras cosas, la economía del planeta.
Sin duda, la economía mundial debe ser revisada y modificada, vivimos entre otras cosas una era de crisis constantes, inestabilidad y estancamiento crónico, lo que se ha traducido en más pobreza y menos desarrollo económico, eso es un hecho.
Lo anterior, por no hablar de las enormes desigualdades que existen en todo el planeta; basta dar un dato que no deja lugar a muchos comentarios: el 1 por ciento de la población del planeta es dueña del 80 por ciento de la riqueza global; un puñado de personas detenta niveles de riqueza que superan incluso a muchas naciones, mientras, literal, miles de millones de personas viven entre la pobreza extrema y la clase media.a
Pero el problema de la pobreza no es nuevo, se ha tratado de solucionar a lo largo de las décadas y no se ha logrado, eso también es un hecho.
En épocas no tan lejanas, los regímenes militares decían tener la solución a los problemas que aquejan a la sociedad, el autoritarismo argumentaba que la forma de salir adelante con los problemas sociales era aplicar medidas en las que la autoridad militar se sobreponía en todo, a partir de ahí todo era sencillo de operar.
Sin embargo, el crecimiento económico nunca se presentó y la pobreza tampoco pudo abatirse, la historia así lo consigna.
Con la llegada de los nuevos “progresistas” (es importante el término porque muchos se refieren a los progresistas únicamente como populistas, lo que es un error porque incluye una amplia gama de pensamiento político y económico), se supone que estos problemas se iban a solucionar, las políticas económicas que aplicarían, y aplican, serían la solución.
Pero, estos mismos progresistas lamentablemente han caído, muchos de ellos, en tentaciones autoritarias, un autoritarismo que amenaza con volverse peligroso para las economías, esas políticas económicas que aparentemente iban a solucionar los problemas del mundo amenazan con convertirse en otro problema para el planeta, en lugar de una solución.
El progresismo económico y político no ha logrado evadir las tentaciones autoritarias, sustentados en el poder enorme que tienen ya sea en las urnas o en la sociedad en general; este autoritarismo es evidente y riesgoso, muy riesgoso.
Veamos por el lado de la economía; la lucha por sacar de la pobreza a miles de millones de personas es sin duda loable, no hay porqué dudar que el mundo no podrá estar bien con seres humanos muriéndose de hambre, o con aquellos que apenas tienen para lo indispensable.
Pero, destruir o tratar de modificar las leyes de los mercados, universales y arcaicas, no es lo mejor que puede suceder; los regímenes progresistas no pueden evadir muchas de las leyes económicas universales, no se trata de fundar un nuevo orden económico destruyendo el que ya existe, sino mejorar el actual y con las bases positivas que tiene, porque claro que tiene aspectos positivos, recuperar el sentido de la economía e impulsar estrategias que saquen de la pobreza a miles de millones de seres humanos.
Tratar de acabar con los ricos, es la mejor manera de acabar con la economía y condenar a esos millones a la pobreza de la que se les pretende sacar.
Si esta política del progresismo no se modifica, el fracaso está cantado y los pobres se mantendrán en las mismas condiciones o lo serán todavía mucho más.
La historia puede enseñarnos con el paso del tiempo que quizás hubo en algún momento un puñado de líderes cuya única diferencia con el autoritarismo militar consistía en que aquellos, los militares, usaban botas, mientras que estos las cambiaron por saco y corbata. Los mercados lo saben, lo perciben y actúan en consecuencia.