Columnas
El acto político de mayor envergadura que logró el Presidente López Obrador durante todo su gobierno es, sin lugar a dudas, desmantelar y cooptar al PJF. Paradójicamente, esta maniobra reconstituyente es al mismo tiempo una mancha de enormes dimensiones a su persona, gobierno, partido y movimiento, que lo perseguirá las próximas décadas de lo que resta del siglo. A lo largo de sus años como dirigente social, político y gobernante, el Presidente AMLO enarboló como signo distintivo de su carrera pública la autoridad moral, basada en una integridad y comportamiento ético resistente a prueba de lo que fuera.
En ese contexto, Morena fue a las urnas en la elección 2024, logrando en el Senado 83 escaños. Es decir, en términos de las reglas constitucionales y legales, el partido del Presidente no alcanzó la voluntad popular para reconstituir el Estado mexicano, pues para ello se requieren 86 votos.
¿Y cómo lograron el apoyo no alcanzado en las urnas? A través de vías inaceptables desde la mirada y ética política que siempre presumió el Presidente: utilizando a la fiscalía de Veracruz -qué paradoja que en aras de lograr una reforma para eliminar la corrupción de la justicia en México, se retuerzan órganos de procuración de justicia con fines de presión política- para amenazar, intimidar y obtener el apoyo para aprobar la reforma, exactamente como lo hicieron durante décadas PRI y PAN. Política sin Ética, nada nuevo, salvo porque el Presidente y su movimiento sostuvieron la bandera de la ética e integridad política y, sobre ella, se presentaron como absolutamente diferentes a los grupos políticos antecesores, por esa restauración moral de la vida pública votó el pueblo en 2018 y 2024.
Más bochornoso es que lo hayan pactado con uno de los políticos más señalados por el Presidente AMLO como líder de la mafia política más dañina de Veracruz: Miguel Ángel Yunes Linares. Es un pacto político abominable, sin pudor ni honra mínima: el Presidente y su grupo acuerdan con una de las personas más desprestigiadas, quien es redimido política y fácticamente de todos sus presuntos delitos, por lo que se le considera digno de subir a la tribuna del Senado y acompañar de la mano a la bancada oficialista en la aprobación de la reforma. Para Yunes, ese perdón político lo vale todo, incluyendo arrodillarse ante quien lo ha perseguido, humillado y vilipendiado durante años, grupo que ahora lo utiliza como una cosa a la que se ha dejado reducir. Si a esto sumamos las extrañas condiciones bajo las cuales el senador por Campeche Daniel Barreda no apareció en el Senado -se habla de la ilegal detención de su padre-, el panorama se torna aún más negro y ensucia por completo la aprobación de la reforma judicial.
Ensoberbecidos en su aplanadora electoral y la popularidad del Presidente, nadie del movimiento, ni siquiera la Presidenta electa Claudia Sheinbaum se han dado cuenta de que terminaron ejecutando un Copycat de las peores prácticas del PRI de Díaz Ordaz y Echeverría. Terminaron siendo aquello que juraron combatir y desterrar; ganaron torciendo la voluntad democrática y alterando fácticamente el Estado de Derecho, en una palabra, se traicionaron a ellos mismos de la peor manera imaginable.
Ganaron la reforma judicial, pero perdieron toda la integridad de su lucha y la legitimación democrática que el pueblo les dio en 2018 y 2024.
Obiter dicta.
Qué día más delicado y más sombrío para México, nuestra incipiente democracia constitucional y nuestra sociedad están en la peor decadencia de los tiempos recientes.