Columnas
Quizá uno de los errores más terribles cometidos por el Zar Alexandro III de Rusia, fue su interferencia en la libertad de cátedra de las universidades del Imperio Ruso, para erradicar cualquier tipo de propagación de ideas liberales o anarquistas, que consideraba atentatorias del orden imperial. El monarca basaba su desprecio en el atentado que cobraría la vida de su padre Alexandro II, quién siendo un prudente gobernante liberal, aspiraba a la introducción del sistema parlamentario en su tierra.
Alexandro III, famoso por enfrentarse contra la academia de tradición enciclopédica pro-liberal, partidaria de reformas al estado que evitaran la eliminación de instituciones que canalizaran enojos nacionales, sin miedo a la ira gubernamental, como lo es la universidad.
Con la censura, se acentuó el rencor, dejando en claro que no existían canales pacíficos mediante los cuales la anhelada reforma pudiera concretarse, y la élite intelectual, que componía a ilustres miembros de los linajes más aristocráticos de Rusia como el mismísimo Conde Lev Nokoláyevich Tolstoi, o el filósofo Alexander Ivánovich Herzen, que ya sea desde el espiritualismo místico del primero, o el comunitarismo campesino del segundo, desconfiarían del sistema que caminaba hacia el precipicio.
La universidad debe de ser el semillero de libertad donde las más grandes mentes de una sociedad puedan expresar su pensamiento con total libertad, con el uso pleno de la crítica que evite el resentimiento producto de la represión. Donde cuanta manifestación de espíritu humano aflore, sea expresada, discutida, confrontada (…) con los medios que la inteligencia y la ciencia asuman, desterrando al fanatismo de corriente política o religiosa alguna. La universidad es el lugar donde la lucha de ideas, evita la confrontación abierta de sociedades irreparablemente lastimadas.
El caso de la situación universitaria del Imperio Ruso es paradigmático, porque justamente allí surgiría la generación revolucionaria que le tocaría enfrentar a un débil Nicolás II, heredero del autoritarismo paterno.
La revolución rusa en su primera manifestación (1905), y sobre todo la bolchevique (octubre de 1917), tuvieron en esos estudiantes y profesores universitarios, a los triunfantes encabezadores de un movimiento radicalizado que, si bien con el tiempo superaría en violencia al del gobierno depuesto, no podemos evitar la explicación de su origen: la censura y la calumnia del gobierno.
Aprender de los yerros que la historia nos aporta, nos debe de llevar a reconocer lo que orgullosamente poseemos. La autonomía universitaria, con su libertad de cátedra, es una preciosa joya que canaliza la diversidad de posturas y las confronta no en el campo de batalla, sino en las aulas y auditorios repletos de una intelligentzia respetada, generadora de anticuerpos básicos que fortalecen la estructura de una sociedad donde hablar no cuesta ni la vida ni el honor.