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El hombre que asumió la presidencia de Brasil, el 1 de enero de 2019, prometiendo un cambio de era, ha llegado a su primer año en el poder. Jair Bolsonaro sin duda ha simbolizado una transformación en su país.
En el plano doméstico, el aspecto más resaltante del primer año de gestión de Bolsonaro es su política económica, ya que de ella se desprenden necesarias reformas a lo interno (como el sistema de pensiones) y la apertura comercial de Brasil.
La nueva visión que impera en la política económica es muy positiva y genera una dimensión importante. Abrir la economía brasileña constituye un enorme desafío y es interesante que esto lo lleve adelante Bolsonaro, quien se había distinguido por una visión estatista cerrada a tales cambios en su época de legislador, antes de llegar a la presidencia.
Brasil es una de las economías más cerradas del mundo. Aún es temprano para evaluar el éxito del proceso encabezado por el ministro de Bolsonaro, Paulo Guedes.
Como resultado de un reenfoque, de apertura comercial, hay aspectos positivos el acercamiento a China, negociando mejores condiciones para la economía brasileña, así como la participación en las ya muy largas negociaciones que finalmente han conducido al acuerdo de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea.
En el concierto latinoamericano, con Bolsonaro la voz de Brasil en el sistema regional (Organización de Estados Americanos, Grupo de Lima) para exigir el retorno de la democracia a Nicaragua y Venezuela, así como claros señalamientos a Cuba.
Aunque tras los años del Partido de los Trabajadores en el poder, la política ya había comenzado a cambiar con el interinato de Temer, con Bolsonaro hay una mayor contundencia en la política exterior para cuestionar regímenes autoritarios en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Una arista compleja es la relación de Brasil con Washington. Si bien se considera correcto que se haya producido un acercamiento con Estados Unidos, sin embargo se le cuestiona a Bolsonaro que esto se haga junto con una excesiva identificación con Donald Trump.
Y junto a esto otras dos sombras de este primer año de Bolsonaro. Por un lado, el repliegue brasileño de las instancias multilaterales, algo en lo que se asemeja a Trump, así como un evidente retroceso en la política ambiental, siendo Brasil un referente mundial al contar en su territorio con el pulmón de la Amazonia.
Aun cuando no se produjo la denuncia del Acuerdo de París, se registra el abandono de políticas de protección ambiental, notable en la aceleración de la desforestación de la selva amazónica. Un ejemplo del repliegue del multilateralismo ha sido el abandono de Brasilia del Pacto Migratorio de la ONU.
El abandono de Brasil de instancias multilaterales representa un cambio significativo en lo que había sido una estrategia histórica de la cancillería brasileña, y constituye al mismo tiempo una clara identificación con una línea seguida por Trump.
La toma de partido del gobierno de Bolsonaro por Trump puede ser un peligro, especialmente en un contexto electoral en Estados Unidos. Le cierra la puerta a Brasil para relaciones con el Partido Demócrata, en un escenario de un posible cambio en Estados Unidos en este 2020.
“El Gobierno cambió. Hoy tenemos un presidente que valora la familia, respeta la voluntad de su pueblo, honra a sus militares y cree en Dios”, dijo el mandatario en su mensaje navideño de 2019, repasando justamente lo que consideró los logros de su gestión en el primer año de mandato. Invocar a los militares y a Dios en sus mensajes presidenciales ha sido una constante y eso simboliza claramente un cambio en Brasil.