Contingencias: Lo bueno, lo malo y lo feo

Siempre han estado ahí. En sus inicios fueron una sombra fugaz que trabajaba campos, valles, barrancos y los peñascos más inhóspitos de nuestro México.

Su suerte estaba atada a la del pueblo que los cobijaba por ser pueblo. Se les dejó crecer sin temor alguno, pues carecían de ideología política, credo religioso o antropofagia.

Con el tiempo, las sombras se materializaron y sus hazañas se transmitieron de boca en boca: crónicas, anécdotas, historias que poco a poco se fueron alterando de aquella realidad y de las verdaderas cualidades de las sombras que ascendían al amparo hasta convertirse en leyendas.

Ante el abandono o la complicidad de la república, sus actos fueron vistos en hechos que se confundieron fácilmente con “milagros”; pues su “solidaridad” era para el pueblo, para los excluidos, para los que menos tienen; todo a cambio del silencio.

Su esplendor los llevó a edificar localidades, haciendas, villas, rancherías, pueblos y ciudades; ahí levantaron templos, escuelas, mercados, caminos, puentes, parques y hospitales. Fue así como su presencia se asentó en el agua, en la tierra, en el aire y en el alimento.

Vale la pena recordar que no es de hoy, si no desde entonces, que han estado ahí; atendiendo sequías, inundaciones, ciclones, huracanes y cualquier emergencia ambiental, de seguridad o sanitaria.

Se les puede acusar de todo, pero nunca de indolentes. Pues lo mismo combaten la extorsión, el secuestro, que velan territorios de sus contras; incluso aleccionan a la población renuente para que esta no salga y se quede en sus casas en tiempos de Covid-19MX.

En ese mundo émulo, hoy las sombras son cuasi gobiernos que controlan las regiones más vulnerables en más de mil 300 municipios del país: lo mismo brindan protección, que son agentes del orden o ejecutores de la justicia; sin embargo, saben bien que a pesar de su poder su suerte sigue atada al pueblo, que no se compra a una población con regalos, pero el hambre no conoce de voluntades.

Por ello, hoy sus milicias vestidas de negro y con equipo táctico reúnen al pueblo para recibir de mano propia una caja con galletas, frijol, arroz, aceite, sopa, papel de baño y jabón.

Sus remitentes: “De parte de sus amigos: CJNG”, en Cuautitlán Jalisco; de parte del Señorón de Morelos, en Cuernavaca; de parte del Señor 46 Vaquero, del Cartel del Golfo, en Tamaulipas; de parte del Patrón, en San Luis Potosí; de parte del Señor de la Virgen (los Viagras), en Michoacán; de parte de Alejandrina Guzmán, hija del Chapo, en Sinaloa,… y así, Nayarit, Guanajuato, Guerrero, Colima, Durango, Zacatecas…

Por experiencia, los cárteles mexicanos saben que los programas sociales para el bienestar del gobierno serán limitados; por lo que es momento de reafirmar su territorio y de ampliar su base social: son momentos de “invertir” en el campo, de promover sus narcocréditos, de reclutar milicianos, de dar empleo. La pobreza que se avecina les garantiza su expansión hacia nuevos territorios.

Ello explica del porqué el robo de transportes de carga de víveres (camiones) se ha incrementado en un 25 por ciento en el último mes, y del porqué a pesar de la pandemia, México sigue registrando un incremento histórico en la tasa de homicidios dolosos.

Los Otros Datos observan como en tanto el monstruo crece, las instituciones políticas y económicas se confrontan en un ciclo incapaz de romper esta historia. Por lo que las sombras seguirán ahí, alimentando estómagos…