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Detractores de AMLO: ¿Desesperados?

Detractores de AMLO: ¿Desesperados?

Columnas lunes 01 de junio de 2020 -

El sábado tuvo lugar una marcha atípica de varias personas que se duelen de las políticas públicas del presidente @lopezobrador. Sin duda, tienen derecho a expresarse y a manifestarse. La Constitución tutela esas prerrogativas fundamentales. La regla general de una marcha o concentración tiene siempre un objetivo: apoyar o denostar una causa o una decisión pública.
Esta lógica tiene un hilo conductor al transcurso del tiempo. En esta ocasión, quienes se manifestaron lo hicieron en automóvil (no necesariamente con choferes y autos de lujo como le añaden voces militantes) lo que supone, por ende, que no fueron los estratos más bajos de la población quienes dieron vida a esa actividad grupal. Los números son relativos, pero cuentan, por supuesto.
La concentración tuvo un efecto paradójico: debió mostrar el descontento popular con el gobierno de la 4T, pero lo que hizo fue poner de relieve que quienes están en contra son una minoría que ya había sido detectada desde tiempo atrás y, muy probablemente, seguirá como parte del núcleo duro de los detractores contra AMLO.
Ese colectivo incurre en fallas logísticas al emular los caminos seguidos por la izquierda que tiene larga data en esas lides de expresión. El error fundamental (residió) reside en entrar a la cancha de juego de la 4T sin mayor experiencia, organización ni menos números para haber enviado un mensaje distinto, al que fue logrado: que son pocos (si se les compara con los seguidores de @lopezobrador o con el universo mínimo de los votantes), que concurren voces con un mínimo común denominador (su oposición a la 4T), pero con diferencias de modelos de vida hermanados además por una recurrente apatía cívica y que hoy se aprecia difícil que esas expresiones de voluntad en las urnas impliquen un cambio (aunque no fuera sustancial) en las elecciones intermedias de 2021 y en la consulta para revocación de mandato de 2022.
La concentración del fin de semana está relacionada más con la desesperación que con la estrategia, más con el rencor que con la propuesta. No hay (por lo menos hasta ahora) método ni proyecto. He escuchado en distintos espacios que el presidente decide a botepronto, que son ocurrencias y asertos de igual calado.
Se suele dejar de lado que todas las acciones presidenciales (o las principales, al menos) tienen un soporte demoscópico desde la lógica de su base electoral, qué quiere ver, cuándo y cómo, esos resultados entran frecuentemente en colisión con el sistema nervioso central de lo que se entiende como “sentido común” o “lógica”, para decirlo en términos coloquiales, que son los que en este país han tenido larga vida y ahora esos moldes de comportamiento se rompen a pasos agigantados. Antes, la crítica de la prensa hacía las veces de presión para influir en la toma de decisiones presidenciales. No porque fuera necesariamente un contrapeso al poder público o al privado, sino un grupo de presión fáctico, con intereses meta periodísticos que defender.
Hoy, por el contrario, las campañas de comunicación desde los medios tradicionales y las redes hacen las veces de vacuna que rápidamente surten efectos para inviabilizar el cambio denunciado en la mayoría de las ocasiones, sobre todo en los ataques a l@s principales servidor@s públic@s del gobierno federal. A mayor cuestionamiento, mayor fortaleza en sus posiciones de los exhibidos mediáticamente.
Exactamente lo contrario a lo que tuvo lugar durante muchísimos años. De esta suerte, los cambios están dándose aquí y ahora, y se van sintiendo en el derrumbe de la simulación, de la doble moral, de lo que se suele llamar “guardar las formas” y de lo que era considerado una piedra angular de lo que se podía decir y de lo que no en la interrelación entre gobernantes y gobernados. Que eso molesta, hiere, afecta, sin duda lo hace en una parte de la comunidad. Una porción no menor de esa minoría es una comunidad silenciosa por el temor reverencial al Poder y la que se manifiesta carece, con mayor razón, de los votos mínimos para dar un salto al pasado, que cada vez más apunta a no tener caminos de regreso.



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