Por José García Sánchez
El discurso de la oposición en México se empobreció a causa de la pandemia. Un acontecimiento, por generalizado que sea, no puede ocupar todos los medios de expresión de un partido político y menos exigir al poder que limite su actividad a ese acontecimiento.
Para la oposición la pandemia se convirtió en bandera. La percepción que insistieron imponer era algo así como Partido Coronavirus de México, PCM, pero esas siglas tenían un significado histórico totalmente opuesto a lo que querían difundir.
Sin darle seguimiento a la eficacia de su discurso efectista, la oposición se remitió a explotar, desde todos los ámbitos, la temática adoptada como bandera política en momentos de crisis sanitaria, donde el extremo de la situación terminaba con la muerte. Es obligación de cada partido dar seguimiento a la posible eficacia de su discurso, esté en el poder o en la oposición. En México nadie lo hace, las estrategias discursivas y de comunicación se basan en la inmediatez de la batalla mediática donde no se registra la calidad de los impactos en los medios o en las declaraciones sino la cantidad.
El discurso de la oposición se alejó de la política en los últimos meses, a pesar de su intención de politizar toda decisión del gobierno, quien no se limitaba al acontecimiento, es decir, la pandemia, sino que trabajó en la diversidad de sus responsabilidades sin descuidar ninguna. Tampoco dejó al margen del presupuesto actividades que le otorgan identidad administrativa y personalidad pública.
Mientras esto sucedía, la oposición exigió destinar recursos de otros proyectos gubernamentales a la pandemia, mientras se negaban a compartir el presupuesto de sus prerrogativas producto de los contribuyentes, a través del INE.
Así, el discurso de la oposición se ahogó en la pandemia. Cuando alguno de los miembros de la oposición habla de otros temas, dentro o fuera de los partidos, su declaración carece de trascendencia, su visión quedó fuera de la discusión seria sobre el tema. La pandemia cobró a la oposición una factura histórica que tardará en saldar, más alta que al propio gobierno.
La diatriba se convirtió en esencia del discurso opositor. La exaltación de sus oradores, dentro y fuera del Congreso, intentó mostrar que la pandemia era un tema eminentemente político y trató de convencer que la pandemia que ellos conocían era diferente. Es decir, dos pandemias diferentes y una sola realidad no siempre comprobada.
El número de muertes fue obsesión en el discurso para la oposición. Sus programas, proyectos de país, su vida política, su propuesta electoral, su expresión ideológica fueron sacrificados por la descalificación contra el gobierno en lugar de darle a un acontecimiento de salud su exacta dimensión como parte de un todo, con causa y efecto, con compromiso social y participación activa contra el enemigo común.