Columnas
Luego escuchar el desastroso discurso de Trump al tomar posesión hace unos días, recordé el libro “Los discursos nunca escuchados que habrían reescrito la historia”, de Jeff Nussbaum que hay que leer y releer. Le doy mis razones.
Aunque muy anglosajona, es una antología excepcional de piezas retóricas que por primera vez ven la luz de esta manera sistemática. Contiene discursos elocuentes que no solo pintan de cuerpo entero a sus autores o autoras; presenta también el contexto histórico, político, económico en el que no se pronunciaron y además, nos deja avizorar lo que pudo haber sido, de una manera muy interesante.
Está el del Rey Enrique VIII de Inglaterra rehusándose a abdicar al trono (1936) que de todos modos dejó; el de Eisenhower pidiendo perdón por el fracaso de la invasión del día D en la segunda guerra mundial (1944) que en realidad fue un éxito; el del Kennedy explicando la operación militar que habría destruido exitosamente el arsenal nuclear ruso en Cuba (1962) que nunca sucedió; y el de Nixon de 1974 rehusándose a renunciar a la Presidencia, aunque de todas maneras se separó del cargo.
Tristemente inéditas en algunos casos y felizmente inauditas en otros más, cada una de estas piezas oratorias tienen un capítulo en el libro. Salpicadas de anécdotas reveladoras, el autor nos regala la historia de cómo fue concebido cada texto así como quienes, además del orador u oradora, contribuyeron a su redacción (a veces minuto a minuto) y versión final, el mensaje subyacente y los efectos, sobre todo políticos, pretendidos.
Con todo y que encuentro varios cautivadores, únicos, estrujantes o inspiradores, me parece que, por lo que vimos y padecimos del primer gobierno de Trump, incluido el incidente del 6 de enero de 2021, el más conmovedor y elocuente tiene que ser el de Hillary Clinton, en el que se habría declarado vencedora de la elección presidencial de 2016, aunque en realidad fue derrotada.
Llamando a la unidad, habría rechazado que el pueblo de los EEUU fuera definido por sus diferencias, que no había que permitir una nación arrastrada por el “nosotros contra ellos”, y recordaba que la democracia de su país se mantenía enhiesta y resplandecía renovadae impertérrita. Habría declarado que al aspirar a la unidad, la decencia y lo que el Presidente Lincoln había llamado “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”, se había resuelto el reto de decidir qué significaba ser norteamericano o norteamericana en el Siglo XXI.
Habría contado también haber conocido mujeres nacidas antes del derecho al voto, que habían tenido que esperar 100 años para esa noche; igualmente, haber hablado con pequeños niños y pequeñas niñas que no comprendían por qué nunca había habido una Presidenta de su país. Le cuento más el martes.
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