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Educación neutral

Educación neutral

Columnas jueves 15 de abril de 2021 -

Israel González Delgado

Hay dos temas que han ocupado los titulares las últimas semanas, y creo que tienen un punto de convergencia: el socavamiento de la legitimidad de las autoridades electorales y la reforma de contenidos a los libros de texto gratuitos. En ambos casos estamos hablando de un rasgo de nuestra cultura política complejo y controvertido; a saber, nuestra tendencia a cambiar el pasado y reinterpretar el sentido de los acontecimientos, como una justificación para nuestras carencias y deficiencias del presente. La historia de México es importante a nivel básico, no porque realmente se enseñe historia (lo han dicho desde Ibarguengoitia hasta Escalante) sino porque se enseña una cosmovisión específica, de la propia identidad y de las injusticias que ha sufrido - siempre - el pueblo, además de dar a los niños referentes de héroes y villanos (cambian pero lo más importante es que sepan que existen unos y otros), y en general, de ideas importantes como las consecuencias de la guerra, la soberanía, la unidad nacional o la justicia social.

Por supuesto que no todos los libros ni todas las materias son iguales. Sería difícil dotar de contenigo ideológico a un libro de álgebra o de geografía (aunque no imposible), pero los de ciencias sociales son terreno fértil para simplificaciones, interpretaciones a modo y medias verdades. De nuevo, lo que hay que preguntarnos es lo que se quiere conseguir con la educación de los niños que tienen acceso a estos materiales, puesto que la historia política normalmente es un amoplio espectro de grises morales, donde vencedores y vencidos tienen tanta humanidad, que pueden ser retratados bajo una luz halagadora u oprobiosa, dependiendo de lo que decidamos subrayar de su vida pública y privada. Quizás una explicación sutil y precisa de los procesos históricos, donde las condiciones y estructuras orillan a que pase una cosa y no otra, tampoco es la mejor estrategia para enseñar civismo ni dotar de una brújula moral a nadie. Para eso, para el desencanto intelectual y el nihilismo existencial, está la educación superior.

Eso no quiere decir, empero, que dé lo mismo lo que se pone en un libro de texto gratuito, todo lo contrario. Y también es novedoso que se diga, abiertamente, que la educación ideológicamente neutra no existe, y que nos resignemos a un adoctrinamiento militante - esa parece ser la consecuencia -. Lo que debe existir en una sociedad democrática es el respeto al disenso, las alternativas de oportunidades vitales (incluyendo la educación) y el reconocimiento a la dignidad humana del otro, así sea el adversario político.

Ahora bien, el Estado y sus productos (incluyendo la educación oficial, con todo y sus narrativas) es un reflejo de la sociedad en la que existe, y por ende hace falta mucho más que un libro hecho sobre las rodillas con portadas pro bono para cambiar culturas y conciencias; más bien esa ingenuidad es un rasgo de cierto tipo de intelectual orgánico, que siempre deambula por aulas y bibliotecas.

Y ahí se conecta el otro tema, la difícil historia de México con sus elecciones, sus órganos autónomos y, en general, con la legitimidad como oposición natural de la legalidad. La oposición en México, durante las décadas de los setenta y ochenta, tomó como bandera casi única la desconfianza en los resultados electorales de todos los niveles, y la creencia de que con la alternancia partidista, se solucionarían todos los problemas de México. Quizás por esa razón, hasta la fecha, a cualquier opositor razonable al gobierno en turno (que no se oponga a todo, siempre) se le llama traidor y colaboracionista por la oposición “legítima”. Esa situación, aunada a la enorme erosión de legitimidad de casi todos los presidentes que siguieron (todos ganaban con menos del 40% de la votación emitida) provocó que nuestro país creara uno de los sistemas de organización de las elecciones más costosos del mundo, como garantía de autonomía y profesionalismo. Pero desafortunadamente, al ser autoridad, tampoco se ha salvado de la desconfianza popular ni del desprecio social que los mexicanos le tienen a la autoridad pública. Tampoco ayuda que múltiples consejeros electorales estén tan pintados de colores como los partidos a los que regulan, y que estén más preocupados por defender su sueldo que el voto popular, pero no solo es eso.

Existe una posibilidad real de que, pasando las elecciones, la actual integración del INE sea prematuramente modificada (como otras veces) por una reforma electoral que acuerden todos los partidos políticos, porque ninguno queda contento (como otras veces). ¿Cuál sería la explicación más neutra y objetiva sobre la historia de la democracia en México? ¿Qué ponemos en los libros?



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