Pedro Arturo Aguirre
Jair Bolsonaro adora a Donald Trump, de quien es orgulloso émulo. Se parecen en sus ataques a las instituciones, en la apelación a supuestas conspiraciones y en el estilo provocador. Por eso poco puede sorprender la muy trumpiana estrategia de intentar deslegitimizar a las instituciones electorales del Brasil con una denuncia anticipada de fraude. Los líderes populistas de izquierda y derecha apuestan siempre por desprestigiar y minar a los órganos electorales autónomos porque controlar las elecciones es elemento primordial para la perpetuación de sus regímenes. En Brasil las elecciones son 100 por ciento electrónicas. El sistema ha funcionado a la perfección, pero Bolsonaro lo descalifica sin pruebas. Ayer, día de la independencia de Brasil, se celebraron marchas en apoyo a las tesis conspirativas del presidente en varias ciudades como un acto de intimidación y de enrarecimiento del clima político. Incluso se temía un desenlace parecido a la invasión al Capitolio del pasado 6 de enero en Washington.
Pero todo esto parece una apuesta perdida. La popularidad de Bolsonaro va a la baja aceleradamente, mientras asciende cada vez más poderosa la inminente postulación del ex presidente Lula da Silva. Bolsonaro ni siquiera tiene un partido tras él después de haber abandonado el Partido Social Liberal (por el cual fue electo) y de fracasar en su intento de crear una organización propia. Por eso considera como su ultima carta la desestabilización institucional. Para ello necesita al ejército y por eso ha militarizado al país designando a miembros activos o retirados de las Fuerzas Armadas en puestos claves del gobierno, desde el jefe de gabinete hasta el ministerio de Salud en plena pandemia, pasando por la dirección de Petrobras. Nueve de los veintiún ministerios brasileños están encabezados por militares.
Pero el ejército de ninguna manera le es incondicional al presidente. Hay grandes fisuras. Por eso Bolsonaro procedió hace unos meses a la remoción de los comandantes de las tres fuerzas (aérea, marítima y terrestre) dejando claro como motivo su oposición a la uso de las Fuerzas Armadas como instrumento de presión hacia ciertos gobernadores. Una parte de los altos mandos rechaza la politización del ejército y denuncia su utilización para apuntalar una eventual ruptura democrática. Por cierto, el último de estos abusos fue un desfile de tanques y vehículos militares en la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia el pasado 10 de agosto con la intención era intimidar al Poder Legislativo durante la votación de una enmienda constitucional mediante la cual el gobierno pretendía permitir el voto impreso (y ya no solo electrónico). El proyecto fue rechazado, pero el desfile fue una demostración más del estilo de confrontación permanente, el cual para los populistas como Bolsonaro es la única la esencia de sus gobiernos.