Normalmente las desgracias sacan lo mejor de cada persona, al menos así lo ha había sido cuando los terremotos, tormentas o huracanes dejaron a miles de familias sin hogar y le entregaron a la muerte otros tantos de miles de hombres, mujeres, adolescentes y niños. Hoy, con la pandemia del coronavirus encima el virus ha sacado lo peor que llevamos dentro los mexicanos: egoísmo, avaricia, insensibilidad y un profundo odio que cada día nos divide más.
No era el planeta el que debía cambiar, éramos nosotros, los humanos, los que obligadamente teníamos que modificar nuestras acciones para no padecer de lo que hoy nos llena de incertidumbre y miedo; sin embargo, lo digo con profunda tristeza, seguimos siendo los mismos seres crueles de antes de la pandemia.
Los que tienen el poder lo utilizan para beneficiarse económicamente y seguir dominando a los débiles, a los vulnerables, a los ignorantes, a los pobres, a todos aquellos que no tienen sueños ni anhelos y se conforman con vivir al día o recibiendo “limosnas” de nuestro propio dinero a cambio de lo que más les importa a los políticos: su voto.
Durante estos largos meses de pandemia tuve la esperanza de que enfrentarnos tan directamente a la muerte nos haría mejores personas, nos haría conscientes del terrible daño ya irreversible que le hemos hecho a la Tierra, envenenando nuestro medio ambiente y matando plantas y animales sin ningún pudor.
No fue así. Nuestra conducta es reprochable ante los ojos de Dios, de nuestros padres e hijos que se tornan cada día más vulnerables porque quienes nos gobiernan solo piensan en vencer al enemigo a través de amenazas de guerras nucleares y se olvidan de garantizar lo más importante para sus pueblos: la salud y la alimentación.
A través de estas líneas quiero expresar mi pesar e indignación por la falta de tratamiento y medicamentos para los niños con cáncer, nada, ni siquiera sus caritas enfermas lograron sensibilizar a las autoridades para garantizar sus quimioterapias y tener a la mano los medicamentos para ganarle a la muerte.
Este fin de semana murió Jared, un adolescente que hasta el último día de su vida luchó por seguir aquí, pero no pudo hacerlo porque no encontró en las instancias de salud el tratamiento para su cáncer. Nuestro dinero, si el de todos los mexicanos que pagamos impuestos, no pudo salvarle la vida, pero sí servirá para crear tres obras que alimenten el egocentrismo del presidente.
En ese mismo camino por el que se fue Jared hay cientos o quizá miles de niñas y niños con cáncer y leucemia que pueden seguirlo si no hacemos algo para evitarlo. Seamos nosotros, los mexicanos quienes decidamos en qué se gastan nuestros impuestos y no un solo hombre apoyado por su sequito de legisladores que tal vez ni siquiera supieron quien fue Jared.
Vuela Jared, eres libre de dolor y sufrimiento.