En el maravilloso texto “¿Es posible definir un ensayo?”, publicado en la revista Cuadernos Hispanoamericanos de 1998 (núm. 575), Jean Starobinski, nos refiere un muy importante detalle que delata a los sistemas totalitarios que han parido a toda una camada de obedientes y fieles defensores del sistema, como el filósofo Roger Caillois, al frente de la revista Diogene, testimonia: “ desde los países totalitarios (se recibían) unos textos que podían considerarse como informes, procesos verbales, declaraciones de principios, comentarios al dogma, pero núnca ensayos, en tanto que el ensayo supone riesgo, insubordinación, imprevisión, peligrosa personalidad. Creo que la condición del ensayo, y su materia misma, es la libertad del espíritu” (op. cit., p. 38).
Estudiando el género ensayístico, que tiene en Montaigne al insigne representante de las letras francesas del siglo dieciséis, Starobinski aborda con agudeza, el diálogo interno con que el ensayo abre su puerta a cualquier interesado en la disquisición del ingenio y el intelecto, pretendiendo abordar cualquier temática aspirante a la comprensión el universo, pues el catálogo de temas resulta tan basto, que casi cualquier cuestión puede ser incluida, al que la exigencia de belleza lingüística y claridad de los términos, invita al lector a incorporarse en un estudio de las cosas que es en sí el más sincero diálogo con el absoluto.
La intimidad hecha prosa, brotando como un fresco manantial para los que siendo formados en la tradición humanística -que nada tiene que ver con la deformación del concepto decretada por la tiranía-, aprendemos a discutir sobre los objetos de nuestra reflexión en donde, por supuesto, la vida pública representa uno de esos grandes retos a estudiar.
El reto a la postura oficialista; la confrontación inteligente con el insulto de los siervos del sistema, que al ostentar semejante característica, al voluntariamente prostituir su inteligencia a los caprichos del capo infame de su preferencia, deciden abandonar los sinuosos caminos de la libertad, reproduciendo, justificando y hasta enfrentando de manera cínica, a quien no se encuentre dispuesto a rebajar su inteligencia a la negligencia corrupta de la tiranía, o lo que resulta aún más bajo, que es creer sinceramente en las aberraciones con que el gran corruptor promueve la imbecilidad de su pueblo.
El ensayo inquiere con la agudeza del Sócrates mayéutico que no concede veracidad a la doxa (opinión), que a diferencia de la episteme (conocimiento objetivo), se queda en el plano subjetivo de la apariencia, donde la simulación y el engaño, contribuyen a tapar la veracidad de hechos como el mal gobierno, el fraude, la calumnia, y cuanto tumor brotado del rabioso hocico del demagogo. El ensayo le está negado al informante, al vil comentarista del dogma, al prepotente que escupe directamente al rostro de la justicia y de sus leyes.