Columnas
En un país donde la esperanza de cambio se ha depositado en un solo partido, resulta doloroso y desalentador observar cómo MORENA, la gran promesa de transformación, se desliza por la misma pendiente de corrupción y vicios políticos que juró combatir. El Artículo 3° de los estatutos de MORENA establece de manera clara y tajante los principios fundamentales que deben guiar su actuar. Entre ellos, la prohibición de prácticas como el influyentismo, el amiguismo, el nepotismo, el patrimonialismo, el clientelismo, la perpetuación en los cargos, el uso de recursos para manipular, la corrupción y el entreguismo. Sin embargo, la realidad demuestra una cruda contradicción entre estos ideales y las acciones de sus dirigentes, por ejemplo “Los Monreal”.
Desde su fundación, MORENA se erigió como una alternativa al sistema corrupto que caracterizó al PRI durante las décadas de 1970 a 2000. Sin embargo, los recientes acontecimientos y la conducta de varios de sus líderes indican una preocupante semejanza con las viejas prácticas priistas que tanto daño hicieron al país. Militantes que esperaban una oportunidad justa para servir a la nación se encuentran ahora relegados por un sistema interno que privilegia el amiguismo y el influyentismo. La cercanía a figuras poderosas dentro del partido se ha convertido en la verdadera moneda de cambio, dejando de lado el mérito y la capacidad.
El nepotismo y el patrimonialismo son otros males que afligen a MORENA. Hemos sido testigos de cómo familiares y amigos de los altos mandos obtienen posiciones de poder sin la mínima justificación, más allá de sus conexiones personales. Este fenómeno no solo erosiona la confianza interna, sino que también socava la credibilidad del partido ante el pueblo mexicano. ¿Cómo puede MORENA prometer un cambio auténtico si repite los mismos errores del pasado?
Nos preparamos para ejecutar la reforma constitucional al poder judicial, en donde los mecanismos de elección de las y los jueces, magistrados y ministros, desde la selección por los comités de evaluación de precandidatos, ya está viciado por el influyentismo y el amiguismo de alguien que ya no debería tener la posibilidad de nombrarlos por que ello lo mantiene en el poder, su nombre: Ricardo Monreal Ávila. ¿Qué nos podemos esperar de sus elecciones? Les adelanto: ¡Más de esos vicios! Esta situación no solo distorsiona la competencia política, sino que perpetúa una cultura de dependencia y sumisión que va en contra del empoderamiento ciudadano que debería promoverse.
La perpetuación en los cargos es otro signo alarmante de que MORENA está traicionando sus propios principios. La falta de renovación en los liderazgos y la resistencia a permitir nuevas voces y perspectivas dentro del partido reflejan un temor a la pérdida de control que no debería existir en un movimiento genuinamente democrático. La alternancia y la diversidad de ideas son esenciales para la vitalidad de cualquier organización política; negarlas es caminar hacia la autodestrucción.
El uso de recursos para imponer o manipular la voluntad de los demás es una práctica que degrada la esencia misma de la democracia. MORENA, que surgió con la promesa de ser diferente, ha caído en la trampa de utilizar el poder y los recursos públicos para consolidar su posición, en lugar de servir a los intereses del pueblo mexicano, el verdadero REY SOBERANO.
La corrupción, el último de los males señalados en el Artículo 3°, es quizás el más devastador de todos. Cuando los líderes de MORENA se ven involucrados en escándalos de corrupción, no solo traicionan a su partido y a sus principios, sino que también traicionan la confianza de millones de mexicanos que creyeron en un futuro distinto. La corrupción es el cáncer que destruye la esperanza y la fe en las instituciones; permitir que arraigue en MORENA es condenar al partido a la irrelevancia y al país a la desesperanza.
MORENA debe recordar que su fuerza radica en su capacidad para ser diferente, para mantenerse fiel a los ideales que le dieron vida. Si no rectifica su rumbo y combate con firmeza los vicios que prometió erradicar, está destinado a repetir la historia del PRI y de su descendiente el PRD, partidos que, en su momento, también fueron sinónimos de esperanza, pero que terminaron siendo el epítome de la corrupción y el abuso de poder. El pueblo mexicano no merece otra decepción; merece un partido que sea fiel a sus principios y que realmente trabaje por el bien común. Si la Presidenta Claudia Sheinbaum no se sacude esos cacicazgos de apellido “Monreal” pondrá en camino sinuoso el ejercicio de su mandato.