Cierto, el PRI tiene la oportunidad histórica de retomar el rumbo del partido fuerte que dominó por 80 años los destinos de este país, de ser el instituto político con mayor estructura territorial y demostrar que es verdadero representante de un nacionalismo perdido o atrapado en un populismo trasnochado. El tricolor está obligado a ser nuevamente la revolución hecha gobierno y no caer en el papel lastimero al que lo quieren reducir las actuales coyunturas políticas.
La posición que logró el partido en las pasadas elecciones, después de la estrepitosa derrota que sufrió en el 2018, lo hizo gracias a una alianza con el PAN y el PRD, en la cual el blanquiazul impuso más candidatos para convertirse en la segunda fuerza política nacional. Ocupar la tercera posición ha convertido al PRI en un partido bisagra, una oposición que olvida las ideologías para vender, como el Verde Ecologista y Movimiento Ciudadano lo hicieran en su momento, el voto al mejor postor, en este caso al gobierno para sacar adelante las iniciativas presidenciales.
Lejos están los tiempos en que Plutarco Elías Calles institucionalizó la Revolución para que pasáramos del caudillismo al gobierno del interés nacional, donde los militares supieron ceder el poder a los civiles. Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho fueron los últimos generales que llegaron a la Presidencia. Por cierto, los militares nunca pudieron integrarse al PRI como sector.
El Revolucionario Institucional, en el gobierno, cristalizó las demandas sociales más importantes, creó instituciones reivindicadoras de obreros y campesinos, instrumentó el desarrollo estabilizador, modernizó al país y lo colocó entre las diez economías más grandes del mundo, nacionalizó la industria eléctrica cuando fue conveniente -rebasada hoy por nuevas fuentes de energía-, alentó la apertura democrática, lo que posibilitó la presencia de la oposición en el Congreso mediante una reforma política de avanzada, ciudadanizó las elecciones y respetó la alternancia en el poder. Más aún, los cuadros que formaron primero el PRD y luego Morena, salieron del PRI.
La nueva dirigencia de la ola roja ha olvidado o no ha aprendido nada de esa historia, de ese legado que ahora quiere entregar o traicionar. Ya daba signos de debilidad la actual dirigencia cuando dio línea a sus legisladores para que apoyaran las acciones parlamentarias de la bancada morena, lo que dio lugar al mote de “primor”. Sin cargo de conciencia, “Alito” dejó colgados de la brocha a sus paisanos para terminar de desbaratar al partido; fue incapaz de defender su propio estado, a donde impuso a su sobrino, quien demostró su incapacidad política al perder la gubernatura de Campeche. Alejandro Moreno no se preocupó de nada porque ya había amarrado la diputación plurinominal, para no esforzarse en hacer campaña y correr el riesgo de fracasar.
Gracias a la alianza pudo el tricolor colarse como tercera fuerza electoral y suscribió un compromiso para mantener una agenda legislativa compartida, un frente común para no dejar pasar, en automático, las iniciativas presidenciales y evitar la mayoría calificada guinda. Pero a la primera provocación, “Alito” mostró el cobre y a la usanza de los ecologistas, se entrega al mejor postor. Ante el reclamo de los aliancistas. Dónde quedó el dirigente que negaba ser comparsa del presidente, del que decía no recibir órdenes ni aceptar chantajes.
Los tricolores tienen cola que les pisen y seguramente ya los amenazaron con la cárcel si no apoyan las iniciativas, pero también hay quienes venderán su voto por dinero. No tuvo que pasar mucho tiempo para ver lo alejado que está el PRI de los principios del nacionalismo revolucionario que heredó. Tiene la gran posibilidad histórica de demostrar que es un partido congruente con sus principios ideológicos y no ser un entreguista que venda su conciencia a espejismos de un populismo trasnochado.