Por José García Sánchez
Las críticas sobre la actual administración se han basado, sobre todo, por las declaraciones de sus integrantes más que por sus hechos. Todavía no sucede nada y lo cuestionan, convocan a “expertos” y dan puntos de vista sobre algo que no ha sucedido.
Los cuestionamientos sobre los anuncios ocupan un tiempo importante en las tareas de los partidos políticos de oposición. El gobierno se deslinda, reconsidera, afirma, niega, reitera pero, hoy por hoy, la palabra es el insumo principal de las críticas, a veces el único.
Se llegó al extremo en las campañas se cuestionó hasta la rabia, a Morena, el contenido de las promesas. Todas eran pésimas para la oposición. Al año de su gestión le exigen que cumpla dichas campañas, con cuyo contenido no estaban de acuerdo, al considerar que no se cumplen todas, muestran indignación.
La sistemática negación rebasaba la convicción política, y merma la credibilidad de quien la emite. Criticar como única manera de hacer política.
Desde que la posibilidad del triunfo de Morena se vislumbró se mencionaron dos palabras que siguen siendo vigentes en la oposición, aunque anacrónicas en los hechos: populismo y comunismo. Ambas no embonan con el actual ejercicio político, se han transformado con el tiempo. El lenguaje evoluciona aunque quienes lo utilizan no lo adviertan.
El populismo y su definición no es la misma del sociólogo brasileño Octavio Ianni a la del filósofo argentino Ernesto Laclau. Tampoco el comunismo que algunos dicen se ubica en algún país del mundo, sin decir dónde, tiene la misma definición del existente en la guerra fría, cuando era sinónimo de pobreza y desastre.
En ambos casos es la palabra lo que asusta a los timoratos aunque su significado real se desconozca, pero creen funciona como fumigante para las ideas de izquierda, desde hace casi 100 años.
Es la palabra y no el hecho lo que molesta a la oposición, porque los hechos los rebasan y ni siquiera los perciben, caminan a una velocidad lenta, nostálgica, esclerótica, su visión de la realidad no percibe la dinámica del presente.
Lo real, lo concreto, el hecho mismo lo transformaron hasta ser vocablos sin significado. Por ejemplo, la palabra pobre dejó de ser una condición social a combatir para convertirse en adjetivo con el que combaten como arma, cuando en realidad es un concepto que debe preocupar a todos pero no endilgar como agresión a quienes fueron víctimas de su despojo y explotación.
La tarea de darles significados y significantes exóticos a ciertas palabras es una tarea que involuntariamente adquiere la derecha como parte de su arsenal discursivo. La falta de argumentos sólidos y la necesidad de disfrazar sus verdaderos intereses en la política los obliga a dar definiciones alejadas del concepto, de la realidad y de la verdad.