Seguramente cuando Albert Camus escribió “lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso” no lo hizo pensando en ganar el Premio Nobel de Literatura, sino simplemente practicando el solitario oficio de escritor que, para hacerlo con maestría, reclama las virtudes de la observación y la paciencia.
En un momento en el que la humanidad se ha visto forzada a unir —al menos— algunas ideas y estrategias para contener la pandemia del Covid-19 tenemos oportunidad de comprobar cuánta razón tenía Camus, pues en el curso de las recientes semanas hemos podido conocer las almas desnudas de conocidos, vecinos, familiares, compañeros de trabajo, jefes laborales o subalternos y, sobre todo, de quienes tienen la obligación o la fortuna de servir a una comunidad por pequeña o grande que sea.
Cuando algunas instituciones financieras ofrecieron “facilidades” para el pago de créditos muchos pensamos que finalmente éramos testigos que dentro del formal atuendo de los banqueros vivían seres humanos, pero esa ilusión poco habría de durarnos al conocer el contenido de “las letras chiquitas”, sin olvidar la encabezada por Ricardo Salinas Pliego, parte del grupo de asesores del presidente Andrés Manuel López Obrador, que sin temor al juicio público “exhortó” a sus clientes a pagarle antes de que la contingencia les impida hacerlo.
En redes sociales hemos visto una importante cantidad de muestras de solidaridad con los integrantes del servicio público de salud (y de otros gremios), de la misma forma en que apreciamos el apoyo o rechazo a medidas como el aislamiento voluntario, vista por unos como la panacea capaz de contener al virus del coronavirus o como la causa de las principales consecuencias colaterales de la pandemia, que es (o será) una grave crisis económica capaz de lacerar aún más a los grupos más vulnerables.
Cuando Camus afirma que “ese espectáculo suele ser horroroso”, refiriéndose a las almas desnudadas por la epidemia, no hace sino referirse a los vicios que la crisis hace aflorar, pues si bien podemos conocer los lados positivos del ser humano, éstos suelen pasar inadvertidos por nuestra tendencia a sólo ver el lado oscuro de las cosas.
Durante el tiempo que llevamos “voluntariamente aislados” hemos escuchado de la necesidad de ser amistosos, solidarios, empáticos, responsables, conscientes, fraternos en este momento, pero ¿en verdad hemos atendido esos llamados? La respuesta que en la intimidad de nuestra individualidad demos a esta pregunta debiera motivarnos a analizar si somos partícipes de ese horroroso espectáculo del que habla el autor de La Peste.
Tratar de calificar las acciones públicas o privadas de equívocas o acertadas en un momento tan delicado como el que vivimos quizá sea lo menos importante: lo único ahora es actuar, y actuar conforme a nuestras más firmes convicciones, pues los “bandazos” que vemos con frecuencia en nada contribuyen a suavizar la crisis.