Ante la infestación inminente del coronavirus, la sociedad mexicana parece que, una vez más, como en los sismos o ante la inseguridad, prefiere cuidarse a sí misma.
No tenemos los datos exactos del seguimiento de la instrucción que dio el gobierno federal para que las escuelas suspendieran labores a partir del viernes 20 de marzo de 2020 y por un periodo de cuatro semanas.
Lo cierto es que muchas instituciones educativas públicas y privadas, entre ellas la UNAM, el IPN y la UAM, tomaron providencias y empezaron a cancelar eventos y clases con anticipación. La afluencia vehicular, al menos en la Ciudad de México, ha disminuido notablemente, al igual que la presencia en plazas comerciales y en nuestros barrios y colonias, los negocios y los cafés han comenzado a cerrar. La sociedad parece que, una vez más, le ha ganado el paso a los gobiernos y a las autoridades. Si los contagios en México, esperemos, no resultan tan elevados como en otros lugares del mundo, habrá de reconocerlo a la sociedad civil, esa tan vilipendiada y de la que tanto se desconfía desde el gobierno y que no tiene un rostro ni enarbola una bandera partidista.
Se trata de la sociedad huérfana que, desde 1985, aprendió a rascarse con sus propias uñas, ante la abulia, incapacidad, rapiña e ignorancia de las autoridades que, una tras otra, se han sucedido en el gobierno de los asuntos públicos.
Es la sociedad que pudo organizarse para brindar los primeros auxilios a sus conciudadanos en los terremotos, huracanes e inundaciones y que lo sigue haciendo, a través de las redes sociales, para ahora exigir justicia para los horrendos casos de feminicidio.
Es la sociedad que ha aprendido a vivir con la inseguridad y con la delincuencia organizada y se adapta al entorno de sangre y violencia que los mexicanos enfrentamos todos los días. Esa misma sociedad que tiene su cara más desbordada, salvaje y reprobable en los linchamientos y en las autodefensas, y su cara más amable en esfuerzos como los que realizan las Patronas, todos los días, al alimentar a los migrantes que cruzan por el país sólo con lo puesto.
La sociedad en México, ante la ausencia y disparates del gobierno, ha sabido organizarse y esperemos que, como resultado de este momento preocupante y aciago en la historia de la humanidad, pueda articularse para exigir de todas las autoridades, de todos los niveles, a lo largo y ancho del país, el comportamiento que las autoridades deben desplegar para las crisis que vienen: claridad, seriedad, profesionalismo, sensibilidad, transparencia y rendición de cuentas.
Ojalá que entre esas demandas, cobre fuerza la necesidad de construir un sistema de salud público y gratuito de verdad, que junto con la consolidación de un sistema educativo para el nuevo mundo, el que va a surgir de esta pandemia, se constituyan como la verdadera prioridad nacional.