Columnas
Para José Vasconcelos, en los libros se encontraba el auténtico camino que condujera a la sociedad a una senda por la que toda la violencia revolucionaria cobrara sentido, en donde la persona se comprendiera como ciudadana, y de ellos, un ente activo ya no sometido al clientelismo de los sistemas políticos.
Cuando Kant, en “¿Qué es la ilustración?” define a aquella como el “arribo a la mayoría de edad”, donde el sujeto es capaz de autodeterminarse, sabe bien que esa condición se adquiere a través del fortalecimiento de la “conciencia”, es decir, de la capacidad de comprenderse a sí mismo como un sujeto responsable de sus propias acciones: “ser libre”. La libertad, es más que un mero concepto, es al mismo tiempo la linterna que guía en medio de la oscuridad, porque sin luz, su camino torpe se desvanece entre la incertidumbre de la ignorancia.
La ignorancia tiene por siamesa a la incertidumbre que le depara a quien no tiene margen para trazar la perspectiva de su voluntad, y entre tinieblas, ni posibilidad para distinguir la condición del siervo, de la del libre, pues su virginidad educativa, no alcanza para obtener la distinción. La distinción se da en la diferencia, en aquello que los filósofos denominamos “alteridad”, donde “lo otro” es un “espejo del yo” que, sin su salida al mundo, sobrevive en esa cueva de la que habla Platón, donde los sujetos crecen encadenados creyendo que las sombras son realidad.
Los libros, preciosos contenedores de oníricos universos, elevan a la conciencia hasta el infinito; despertando el apetito por saber, incitando a comparar, por ejemplo ¿cómo no podremos comprender la belleza de nuestra ciudad sin leer lo que la historia ha dicho de ella, a través de las opiniones generadas por las inteligencias que la describieron? Leer al Barón von Humboldt o a la Condesa de Calderón de la Barca, a la Condesa Kolonitz o a Salvador Novo, quienes nos toman de la mano con la delicadeza del refinado observador que quiere transmitir a su lector la experiencia percibida. Nos arrojan a las callejas hoy desaparecidas; nos introducen en los palacios virreinales y recostarnos en las prístinas riberas de los tristemente desaparecidos canales a los que una mentalidad ignorante, reacia a la lectura, se perderá por completo y, entre otras cosas, la hará inmune al valor que tienen las cosas y las posibilidades de respetarlas disminuyen, al tiempo que su capacidad para respetar las leyes y a sus conciudadanos. La lectura humaniza, encapsulando a potenciales vándalos.
Las atrocidades que Vasconcelos contempló y la conciencia del advenimiento de una nueva clase política surgida de la violencia revolucionaria, le hizo entender que solamente a través de los libros la libertad y su ilustración, se lograrían.