Columnas
Según la Enciclopedia del Holocausto, la palabra progromo, de origen ruso, significa “causar estragos, demoler violentamente”, remite los ataques del pueblo común sobre una etnia a la que adjudicaron la responsabilidad de todos sus males, creando un canal en donde el resentimiento, la envidia, la frustración y la antipatía se expresaran. Los progromos implicaban arrestos y vejaciones públicas, violaciones y asesinatos -o todo junto-, en donde las autoridades, en contubernio con el pueblo, hacían sus fechorías con la más brutal impunidad.
Normalmente se puede ver el ataque al pueblo de Israel en su funesta expresión mediante el nazismo y el holocausto, pero no, la persecución a esta minoría la podemos ver durante toda la Edad Media y los espantosos expolios de ultranacionalistas ucranianos paneslavistas, o bielorrusos y polacos, que iniciando con campañas virulentas de líderes locales y su difusión en todo tipo de medios, descargaron su violencia sin consideración alguna hacia una población permanentemente en la mira de la irresponsabilidad de funcionarios fracasados.
El contexto adecuado para los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial se encontraba puesto desde toda la vida. El ejemplo de una minoría violentada, es referente de lo que significa el discurso de odio en sociedades polarizadas, fundamentalmente cuando un crecimiento económico alto evidencia mórbidamente las desigualdades, y las poblaciones más pobres no entienden por qué no logran trascender sus carencias y otros sí.
El caso del crecimiento económico ruso en la última parte del siglo diecinueve, hasta principios del siglo veinte, convertía al Imperio en uno de los países con mayor crecimiento económico de su tiempo, alcanzando cifras anuales de hasta el 9%. Con un crecimiento tan alto, el proceso inmediato de distribución de la riqueza se aletarga, en lo que una población se va permeando a través de la generación de infraestructura, a lo largo de los años. La población eleva su calidad de vida no solamente con un mayor ingreso, sino hasta que su nivel educativo le permite adecuar sus costumbres integrándose en actividades profesionales mejor retribuidas, cosas que no se logran de la noche a la mañana.
Mientras el proceso está en marcha, la evidencia de los mejor formados expone sus beneficios en un contexto de desigualdades contrastantes. Históricamente, la población judía, a la que se le prohibía trabajar la tierra, era el foco del odio popular por concentrar la educación que les permitía mejores condiciones laborales, generando tal resentimiento que la población local no lograba descifrar, por lo que creían cuanto relato estúpido se dijera de aquellos y su riqueza y educación. Las consecuencias sólo pueden servir para tener un ejemplo directo del significado de crear chivos expiatorios. El pueblo judío no puede darse el lujo de reproducir lo que a ellos les hicieron con crueldad durante siglos.