Fabiola Sierra
Pasada la elección del domingo 6 de junio, nos encontramos con una redistribución del poder territorial en nuestro país y un cambio relativo de los partidos políticos y sus respectivas coaliciones. Morena gobernará más de la mitad de los estados del país, sin embargo, se enfrentó a la dura derrota de perder la mitad de las alcaldías de la Ciudad de México y la capacidad en el Congreso de hacer cambios constitucionales a su antojo.
La lectura más obvia de los resultados electorales es el castigo al presidente en turno. Las encuestas relacionadas con la popularidad de López Obrador que lo ubicaron con un 59% de aprobación, sólo mostraron que los electores fueron capaces de distinguir entre la simpatía por un hombre y la eficacia de su gobierno.
Otra consecuencia del 6 de junio es el reacomodo de los equilibrios del poder. Morena y sus aliados se quedaron sin la oportunidad de alcanzar mayoría calificada. Este hecho aritmético los obliga a consensar con, al menos, 30 diputados de oposición para poder aprobar reformas constitucionales en la Cámara Baja. Además, tendrán que discutir cualquier reforma legal, ya que habrá más diputados de oposición en Comisiones legislativas y órganos de gobierno.
Derivado de lo anterior, aquellos que tienen puntos de vista diferentes al de la Cuarta Transformación podrán continuar, defendiendo desde su trinchera, otras posturas. En un claro rechazo a los resultados de las políticas públicas que el gobierno ha tenido en estos casi tres años de gobierno, la ciudadanía decidió emitir un voto de contrapeso para Morena y las pretensiones del presidente. Se acabaron las consignas de “no cambiar ni una coma” a las iniciativas del Ejecutivo y las pretensiones de eliminar órganos constitucionales autónomos como el INE, el INAI y la CNDH.
En la Ciudad de México, la jefa de Gobierno se llevó la peor parte. La mitad de las alcaldías serán gobernadas por la oposición. Esta muestra de hartazgo de los capitalinos pone en entredicho sus aspiraciones presidenciales para el 2024 y, de paso, le da un raspón a López Obrador para la elección de su sucesor. Después de los resultados de la jornada electoral, el presidente queda en una difícil situación para poder seguir empujando a doña Claudia, cuestionando la viabilidad política de sus candidaturas a la sucesión.
El verdadero ganador de las elecciones es el proceso democrático que salió fortalecido. Los partidos de oposición tendrán que tomar su lugar en el frente si quieren convertirse en una opción real para los mexicanos. Morena y el presidente tendrán que mostrar humildad y reorientar las velas de su barco, porque si algo quedó claro es que los ciudadanos no quieren de nuevo un régimen autoritario. Si López Obrador sigue actuando como hasta ahora, olvidando las verdaderas necesidades de sus gobernados y anteponiendo sus propios caprichos, si sigue dañando al país como ya lo ha hecho, su salida hasta el 2024 nos dejará en una incómoda posición para empezar a reconstruir el desastre.