Columnas
@onelortiz
https://youtu.be/P8X_vZ6krxc?si=o8reCwExpdP_tbVr
Una de las grandes sorpresas de mi niñez fue cuando descubrí que la lucha libre era una puesta en escena. Ocurrió después de una función en la Arena México; fui con mi padre y familiares a comer tacos cerca de la arena. Ahí, frente a mis ojos infantiles, estaban el rudo y el técnico, departiendo fraternalmente. Todo lo que ocurría en el ring, se quedaba en el ring.
En la lucha libre hay varias reglas. El público puede decir y gritar lo que quiera a los luchadores, mentarles la madre, insultarlos hasta el cansancio, pero no aventarles objetos o agredirlos físicamente. Los luchadores son provocadores profesionales, especialistas en despertar los sentimientos más adversos.
La lucha libre no solo es un espectáculo, es una válvula de escape para liberar tensión social. La confrontación entre rudos y técnicos plantea el dilema universal de la lucha entre el bien y el mal. Ambos necesitan de una buena condición física y habilidad para ejecutar diversas llaves, contra llaves, acrobacias y, por supuesto, tener facilidad histriónica.
En más de un sentido, la política es igual a la lucha libre. Dentro de la arena, es decir, de la Cámara de Diputados o de Senadores, los políticos representan su papel, se insultan y se descalifican. Cada bando defiende su posición, proclamándose como los buenos, lo positivo y lo noble; señalando a los otros como los causantes de todos los males del país.
Fuera de los reflectores, los políticos llevan una relación cordial y hasta amistosa. No olvidemos que todas y todos, sin importar el partido, pertenecen a la misma clase política, más ahora que se han roto las posturas ideológicas y, diría yo, hasta el mínimo decoro, dados los recientes acontecimientos.
Condeno la agresión de la que fue objeto el senador Gerardo Fernández Noroña en días recientes, así como condeno cualquier agresión a integrantes y miembros de otros partidos, o incluso a periodistas y otros personajes públicos. El horno no está para bollos, por lo que no podemos permitir que se instaure un clima de linchamiento e intolerancia. Es falso que se deba optar entre un bando u otro. Al fin y al cabo, hablamos de política, que siempre estará más cerca de la comedia que de la tragedia.
Invito a los políticos, a las señoras y señores legisladores, a reflexionar y actuar con justicia, coraje, templanza y determinación en la lucha por el poder. También los exhorto a dejar los discursos de odio y los desplantes pendencieros. Son figuras públicas y deben honrar la investidura que les otorgamos con el voto.
Por supuesto, como ciudadanos, tenemos el derecho de expresar nuestras opiniones a los representantes populares, pero la agresión física resulta inaceptable. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.