Fue en los años ochenta cuando por los pentiti o arrepentidos, “colaboradores de la justicia”, se conoció la intimidad de las mafias italianas: estructura, rituales, intereses y relevancia criminológica. Giovanni Falcone y Paolo Borsselino dieron el primer paso al institucionalizar la persecución de la mafia a través del “maxiproceso”, su mayor legado. Así lo entendieron en Italia, que no ha cesado en su afán de estudiar, perseguir y sentenciar a esta clase de criminalidad.
La radiografía criminológica es un primer paso del camino para sancionar a integrantes de estas manifestaciones criminales. Su expansión, sofisticación, influencia e ingeniería para la impunidad son un enorme desafío para países que padecen sus estragos.
Se pensaba que la mafia italiana radicaba en la zona meridional de la República, conocida como mezzogiorno o “medio día”. Una sentencia del Tribunal de Apelación de Roma, en septiembre de 2018, condenó a una serie de inculpados como pertenecientes a una organización mafiosa denominada “Mafia capitale”, lo que acreditó que en Roma existía una “mafia” que controlaba el territorio desde hacía años “con infiltraciones en el mundo institucional, lo que rompe con el paradigma de la relación entre mafia y Mezzogornio”, dice Yolanda Pardo González, jueza barcelonesa y estudiosa del fenómeno, en su libro Las Mafias Italianas [Ed. Dykinson, Madrid, 2019].
Identificar organizaciones mafiosas y obtener sentencias condenatorias en su contra es proeza aun en países con instituciones eficaces. Las mafias basan su poderío en pactos de silencio, cooptación institucional a todos lo niveles, violencia y enormes flujos de dinero en efectivo o colocado ien mercados formales, tornando su persecusión un desafío global.
Por años hubo quienes dudaron de la existencia de estas organizaciones, construyendo una corriente negacionista que favoreció, por ejemplo, a la Cosa Nostra. Los valores tergiversados propios de esta mafia se confundieron con orgullo regionalista. Fue el caso del presidente del congreso italiano, Vittorio Emanuele Orlando, siciliano, quien decía en 1925: “Si por mafia entendemos el sentido del honor llevado al paroxismo, la generosidad que se enfrenta con el fuerte y es indulgente con el débil, la fidelidad a los amigos por encima de todo, incluso de la muerte; si por mafia entendemos esos sentimientos y actitudes, incluidos sus excesos, entonces estamos hablando de las señas de identidad del alma siciliana. ¡Me proclamo mafioso y estoy orgulloso de serlo!”.
Otro negacionista fue John Edgar Hoover, director del FBI de 1924 a 1972. Se sospecha que su postura sobre la inexistencia de Cosa Nostra en Estados Unidos obedeció a un chantaje de la propia maifa. De haber sido así, se llevó el secreto a la tumba.
México tiene y ha tenido personas de probada solvencia técnica y moral para combatir al crimen organizado de tinte mafioso. Los procesos interrumpidos por cuestiones políticas han afectado a las instituciones clave y detenido el avance de criterios judiciales, sin lo cuales el camino se torna más complejo. México debe voltear hacia lo que sucede en Italia; garantizar continuidad a procesos e instituciones en los ámbitos federal, estatal y municipal.
Las organizaciones mafiosas de México están identificadas. Falta orientar las baterías institucionales en su contra al margen de cambios de gobierno.
En Italia se distingue anualmente a Falcone y Borsselino. A propósito del 25 aniversario de sus homicidios (2017) se oficilializó una consigna: “No los han asesinado; sus ideas caminan con nuestras piernas”. México tiene una deuda con quienes han apirado a emularlos.
Si deseamos disminuir el impacto de los grupos mafiosos en nuestro país, debemos valorar el camino andado y renunciar a comenzar de cero en misión tan compleja, como indica el modelo italiano.