México como marca país vive en declive constante. Pareciera que no sabemos qué queremos y cómo deseamos promocionarnos en el mundo. Nuestros vecinos, al sur y al norte, nos ven con desconfianza. Somos culturalmente latinoamericanos, pero geográfica y económicamente norteamericanos. Nuestras policías y militares detienen a connacionales en el sur, porque “no parecen mexicanos”. Peor aún, gobernantes vecinos timan al Presidente, porque en vez de sembrar vida con el dinero público mexicano, compran cripto monedas. Y en el fútbol, el gigante de Concacaf, da tumbos un día y al otro vence a campeones del mundo.
Desde hace muchas décadas, países como Japón dejaron atrás la imagen de un país violento. Después de la hecatombe que significó la Segunda Guerra Mundial, la niñez en el mundo los conoce por sus caricaturas y su cultura pop, y no hay turistas más apreciados que los nipones por su cultura cívica. Al pensar en China, imaginamos pandas y tecnología; al hablar de Costa Rica, lo vinculamos con la “Pura vida”. Y hoy México, ¿con quién o con qué frase se asociaría?
Tal vez el último gobierno nacional que intentó hacer un cambio radical de marca país fue el presidido por Carlos Salinas. México fue la nación de esplendores de treinta siglos, del liberalismo social y de la promesa del libre comercio como antesala al primer mundo; pero la rebelión zapatista y los asesinatos políticos de 1994 volvieron al país a las promesas inconclusas. Pareciera que se intentó hacer lo que hoy es China: una potencia económica exportadora, con una economía creciente y pujante, que tarde o temprano beneficiaría a la mayoría de la población, pero con un régimen de férreo control político.
Casi treinta años después, hoy tenemos un nuevo partido hegemónico, una economía cada vez más pequeña, una violencia desbordada y una agenda peligrosamente polarizante. Desde el poder se usa un doble discurso que culpa al capitalismo, al colonialismo y al neoliberalismo de los males públicos; pero que gusta de vacacionar en Nueva York o Doha, de pregonar valores bíblicos en español y de procurar el libre comercio con nuestros vecinos norteamericanos. Curiosas contradicciones.
Probablemente, la construcción de marca país debe generarse desde ahí, desde nuestras contradicciones: desde las cosas que presumimos y los hechos que nos avergüenzan. Necesitamos una mezcla de realismo y ambición para construir una noción de pertenencia, lo suficientemente general y mínima, en la que la población pueda sentirse identificada. Guste o no, Cantinflas, el Chavo del 8, el Chapulín Colorado o las telenovelas han sido mejores promotores de marca país que los gobiernos que reinventan la rueda cada seis años; y mucho mejor que la marca narcos, con la que hoy somos asociados más fácilmente.