Un gran problema ancestral en México, sin duda, es la desnutrición, un flagelo colmado de desigualdad e injusticia social. Todavía a mediados del siglo XX la gordura significaba excelente salud, e incluso las madres y tías jalaban los cachetes de sus rechonchas bendiciones diciéndoles: “estás chulo de gordo”, y los ponían en engorda junto a sus pollos. En ese tiempo, ni por error se conocía la pirámide alimenticia o el plato del buen comer, los flacos eran vistos como sospechosos, enfermos, desmejorados y débiles. La imaginación popular se encargó de relacionar 100 kilos con mucha felicidad, y hoy esa ilusión no es más que una pila de cardiopatías graves como diabetes (la diabetes infantil y adolescente provocada por la obesidad prácticamente no existía), ateroesclerosis, enfermedades cardiovasculares, hipertensión, cáncer. Una crisis de salud pública que también supone una gran carga financiera.
La SS y el Instituto Nacional de Cancerología alertan de modo preocupante que debido a los altos niveles de sobrepeso y obesidad que cunden en nuestro país, se han incrementado los cánceres de colon, estómago, mama, endometrio, ovario y próstata .Y bajo esta premisa, en nuestro país se tienen registrados ¡150 mil nuevos casos de cáncer cada año!
Preocupante panorama en un México en donde los refrescos, la comida chatarra y el sedentarismo ya son paisaje cotidiano del mínimo esfuerzo, del aquí y el ahora. Un entorno hostil, donde los medios de comunicación como la televisión hacen de las suyas.
La anhelada “gordura sana” de antaño, hoy la logramos en un tris, ¿cuántos kilos subiste en las recientes fiestas navideñas? ¿Ejercicio? Sólo el diccionario lo hace. 2024 debe ser el año en que como ciudadano primero concientices esta problemática en tu registro mental, identifiques este foco rojo en ti y en tu familia, si es que es tu historia.
Comiences por adoptar buenos hábitos de vida. Que tu propósito de fin de año no se quede en las uvas, hazlo patente por salud, por imagen, por amor propio.
El estigma y la burla
Antonio, de 23 años, llegó a pesar 173 kilos con una glucosa de 114, vivía amargado y acomplejado, con algo de tristeza cuando alguien lo señalaba con el dedo y reía. Una trombosis y la penosa dificultad hasta para hacer sus deberes más sencillos como amarrarse las agujetas de los zapatos y la burla académica (lo que te sobra en kilos…te falta en inteligencia, le decía un profesor), le hizo tocar fondo y crear conciencia de su enfermedad. Hoy está en tratamiento: dietas, ejercicios, fármacos; cambios de hábitos alimenticios y de vida. Su perspectiva de felicidad ha cambiado, su calidad de vida, también. De ciudadano a ciudadano, de hermano a hermano, te digo que si es tu historia o la de un ser querido, hagas conciencia de hacia dónde te está llevando esa recurrente coca, ese pan de todas las tardes o esos ricos chetos bañados en abundante salsa valentona.
Sé feliz…pero no con bastantes kilos de más, ama lo que miras en el espejo.