Pasan los gobiernos y las administraciones de distinto color, tono y hábitos, se van y vienen, pero siempre al parecer compartiendo la misma visión: México es un país que permite el desperdicio en una variación reprochable, pues alienta a deshacerse de lo útil, no de lo excedente.
El mejor ejemplo es la reciente intervención providencial del doctor Mario Molina, único Premio Nobel que tiene nuestro país y que ya debería ser declarado también héroe nacional.
El doctor Molina, desde el lugar en el que reside (mismo que obviamente no es México, pues, como consecuencia de nuestra mala costumbre de creer que lo mejor de nosotros siempre nos sobra, no lo necesitamos y podemos exportarlo o expulsarlo, reside desde hace muchos años en Estados Unidos, país que lo reconoció desde que llegó y no lo dejó irse, dándole todo lo que necesitaba para construir una carrera única) compartió razones suficientes para convencer a cualquiera de la necesidad de impulsar el uso obligatorio de cubrebocas en su país natal, tal como sucede el día de hoy en la democracia californiana, por ejemplo.
Sin embargo, nuestro enigmático López-Gatell, apenas y tomó nota de las razones y argumentos, tratando de clasificar a botepronto la opinión de don Mario como “una pieza que permitirá una mayor discusión al respecto”, sin al parecer importarle que “esa pieza” está alineada con los datos de éxito en la contención de los contagios por el nuevo coronavirus, que han venido haciendo públicos diversas y muy respetables autoridades sanitarias a lo largo y ancho del mundo.
¿Por qué le cuesta tanto a nuestro López-Gatell reconocer la ilustre opinión que no sólo es hecha por uno de los científicos más reconocidos del mundo, sino que además parte de la elegante aclaración de que los resultados no podían ser vistos antes por los epidemiólogos, esclavizados a las anteojeras de su especialidad?
Se trata, una vez más, de un enorme desperdicio. Uno de los científicos mexicanos históricamente más relevantes, ofrece soluciones para México y nuestra autoridad sanitaria decide hacer, para variar y no perder la costumbre, como si el Nobel le hablara.
Sinceramente es difícil de entender que, después de que las conclusiones del doctor Molina vieron la luz, no se emitiera al menos un acuerdo presidencial obligando a todas y todos los funcionarios federales, desde la cúspide misma, hasta la base del Templo Mayor burocrático, a usar cubrebocas en las conferencias de mañana, de tarde y de manteca; en sus oficinas; en sus traslados; en cualquier ocasión pues, que se presente para andar en la calle y entre las otras personas.
En efecto, es difícil de entender, hasta que se cae en cuenta que no es extraño, pues se trata de un nuevo ejemplo del talento mexicano por desperdiciar lo más valioso, como si se tratara de las rebabas, cuando en realidad rebabas son lo que tenemos que buscar en entre tanto parloteo.