Por José García Sánchez
México vive un tiempo eminentemente electoral con partidos sin discurso. Y en tiempos de comunicación intensa, carecer de discurso significa adolecer de propuestas; sin embargo, así se encaminan hacia las elecciones con mayor número de cargos de elección popular en la historia del país.
Desde luego que esta carencia incluye al partido en el poder, al que no sólo le falta discurso propio desde la llegada de Mario Delgado, sino que no existe la racionalidad lógica de un partido cuyo fundador está en el poder.
Mario Delgado parece no tener nada qué decir más que dar a conocer encuestas de relativa credibilidad y defenderse de los ataques de una oposición que ocupa el 90 por ciento de sus espacios y el resto lo usa para pedir la renuncia de todos los funcionarios públicos.
A cinco meses de las elecciones se desconoce la manera en que deben hacer públicas sus ideas los partidos políticos. Su amalgama se ha fusionado y la pureza ideológica no es su fuerte, pero esto no impide que tengan proyectos. En el caso de la oposición su propuesta de mayor calibre es la de ganar el Congreso pero no dicen para qué. Por su parte, el partido en el poder asegura que Morena debe seguir los lineamientos de la 4T, pero ha extraviado el discurso de izquierda y diluido al máximo la propuesta partidista del momento que se vive, es decir, del presente.
Sí, es verdad que México ha cambiado de dos años a la fecha, Morena sigue con el mismo discurso de hace dos años sin que haya unos lentes adecuados que le permitan darse cuenta que si la oposición protesta y descalifica es porque hay cambios, pero después de aplicar los programas, echar a andar las obras del sexenio, erradicar la corrupción y meter a la cárcel a los corruptos. ¿Qué sigue?
El partido debe ser la vanguardia del poder y no su sombra. Mario Delgado realizaba más declaraciones cuando era diputado que ahora que debería tener una voz como punta de lanza de un movimiento en el poder.
Se defiende, desde el partido en el poder, la libertad de expresión, pero nadie es capaz de usar esa libertad para dar a conocer sus proyectos o para advertir de las sorpresivas resurrecciones de los candidatos de la oposición. Es decir, pelean para que dejen la palabra libre al fundador de su partido, pero son incapaces de tener un discurso propio que les identifique y otorgue identidad.
Son tiempos electorales y los partidos no muestran su visión del país, su rumbo, la dirección de sus cambios. Sólo se limitan unos a denostar desde la oposición y otros a defenderse de dichas descalificaciones. Este vacío puede derivar en un vació de poder y en una ausencia de oposición real.