Primero la comida, luego la política

El mundo está en la fase de normalización post pandemia, que no consiste en que se hayan acabado los problemas, sino en que, tanto los nuevos como los que regresan a las prioridades después de la emergencia de salud, dejan de tener un eje global común, y un mismo filtro interpretativo para todos los países. En ese sentido, la pandemia fue la primera disrupción igualadora y simultánea para todas las civilizaciones del mundo, al menos en sus primeras fases. Pero ahora algunos de los temas que se perfilaban como grandes preocupaciones multinacionales regresan, con la propia pandemia como prefijo y los nuevos conflictos bélicos y económicos como sufijo (incluso hemos regresado a la era de las anexiones territoriales por la fuerza, desplante que no nos hace retroceder al siglo XX, sino al XIX).

Uno de ellos es la seguridad alimentaria, que para los nacionalistas se vuelve soberanía alimentaria, pero estamos hablando más o menos de lo mismo, de garantizar el acceso a alimentos para todas las personas. Esto se ha vuelto un tema hasta especulativo, porque es la comida la que es punta de lanza en las presiones inflacionarias para muchos países. Se dice que han vuelto prácticas de acaparadores de productos básicos y otras prácticas monopólicas para controlar artificialmente los precios, como en la década de los ochenta.

El involucramiento del crimen organizado en algunos conflictos específicos de cultivos y regiones, no ayuda a disipar esa preocupación. El número de personas que padecen inseguridad alimentaria aguda , osea que han visto restringido su acceso a los alimentos al corto plazo, hasta el punto de que su vida y sus medios de subsistencia corren peligro, es de 345 millones en 82 países, según el Programa Mundial de Alimentos. Es un problema multidimensional porque los países han reaccionado al aumento de los precios de los alimentos adoptando restricciones a la exportación, que afectan a más del 8% del comercio mundial de alimentos.

La guerra de Ucrania sólo acentuó la gravedad del problema porque los precios globales de fertilizantes y cereales se ven impactados directamente por los problemas de producción y exportación de ese país a toda Europa, lo que crea un efecto dominó en el resto del mundo. Si, como decíamos, a eso le sumamos el hecho de que los alimentos son una de las variables que más impacta en la inflación global total, tenemos en las manos un dardo envenenado que seguramente trascenderá el horizonte político de todos los que hoy gobiernan y toman decisiones al respecto.

El conflicto bélico de Rusia con Ucrania se ha extendido más de lo que todos los participantes y espectadores creían, y a él se suma el impulso frenético de los países desarrollados de dar un vuelco estratégico a la globalización de cadenas de suministro, concretamente a prescindir de los países de Europa oriental y Asia porque - aducen - estos países, que fueron socios comerciales confiables, han dejado de serlo.

Lo que es indiscutible es que los más optimistas creyeron, en la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, que la mundialización de las cadenas productivas en razón de costos totales era una fuerza irreversible, porque no era racionalmente para nadie volver al esquema anterior. Olvidaron, como siempre, que la racionalidad económica no es la única que existe; existe la política y la geopolítica, y es lo que se ha hecho prevalente en el mundo los últimos 4 años. Por eso los que siguen utilizando los modelos neoclásicos para explicarlo todo, siguen si acertar en nada.