Columnas
@onelortiz
https://youtu.be/jE4YevGvOjA?si=HMtFZETyAw5bpJGA
La pausa a la nueva Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum, así como la polémica en torno al artículo 109 —que permitiría a una autoridad solicitar la suspensión de una plataforma o red social—, ha reavivado el viejo y necesario debate sobre la libertad de expresión, la censura y el papel que juegan las redes sociales en nuestra vida diaria.
Pongamos, con serenidad, los beneficios y perjuicios sobre la balanza. Las redes sociales, guste o no, son el medio de comunicación más accesible, interactivo y democrático de nuestra época. A diferencia de la radio y la televisión —medios unidireccionales en los que el usuario solo escucha o mira—, las redes permiten una relación bidireccional: el ciudadano se expresa, responde, critica, crea. Nunca antes el individuo común tuvo tanto poder para emitir su voz y encontrar eco.
Claro, no podemos ignorar el lado oscuro: el Internet no está exento de delincuencia ni de inmundicia moral. Es urgente y necesario fortalecer la vigilancia contra delitos como la pedofilia, el tráfico de personas, la venta de artículos robados y el reclutamiento criminal a través de plataformas. Que decir de los fraudes, la suplantación de identidad y el robo de datos personales. Asimismo, no se puede ser indiferente ante las fake news, la propaganda de odio y el contenido frívolo y manipulador que corroe el debate público y polariza a la sociedad. Ahí estan las legiones de ideotas que tienen un enorme poder.
Pero frente a estos aspectos negativos, pesan más los positivos. Las redes sociales han democratizado el acceso al conocimiento, a la ciencia, al arte y a la cultura. Son el espacio donde florecen creadores independientes que jamás tendrían cabida en los medios tradicionales; donde las causas sociales encuentran apoyo, donde los abusos de poder son exhibidos y las injusticias denunciadas con inmediatez. Son una herramienta formidable para el control ciudadano del poder público y una plataforma inigualable para la solidaridad social.
La vida no es blanco o negro, y esta discusión tampoco. No se trata de un "estás conmigo o en mi contra". Pero si se tuviera que elegir entre limitar las redes o garantizar su libertad, me inclino, sin dudarlo, por la segunda opción. Prefiero los riesgos inherentes a la libertad que la falsa tranquilidad de la censura.
El reto para las autoridades y los legisladores no es prohibir ni acotar arbitrariamente, sino encontrar los equilibrios que aseguren la seguridad, la integridad y los derechos fundamentales sin sacrificar la libertad de expresión, que es —y debe seguir siendo— la piedra angular de toda democracia viva. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.