Pero sé, bien que sé,// Que algún día también me moriré.//Y si ahora vivo contento con mi suerte,//Sabe Dios qué pensaré cuando mi muerte;//Cuál será en la agonía mi balance, no lo sé,//Nunca estuve en ese trance.//Pero sé, bien que sé,// Que en mi viaje final escucharé//El ambiguo tañer de las campanas//Saludando mi adiós, y otra mañana//Y otra voz, como yo, con otro acento,//Cantará a los cuatro vientos…//Qué suerte he tenido de nacer.
José Alberto García Gallo (1940-2019) se despidió, ayer, para emprender su camino hacia lo efímero, justo cuando en el viejo tocadiscos Alberto Cortez, su alter ego, le dedicaba “Cuando un amigo se va”, rasgando su voz con un cigarrillo y un trago largo de melancolía. Su canto se ha quedado entre nosotros, es un latir que no se apaga, que regresa con la estrofa militante de aquellas generaciones de los sesenta y los setenta que cambiaron definitivamente el curso de la historia, de los gustos, de la música.
Alberto nos abandonó en Madrid, pero su alma convertida en adolescente de pueblo estará en Rancul, al norte de La Pampa, arrancando a un viejo piano “Un cigarrilo, la lluvia y tú”. Al final de la madrugada, le robará el último trago a la bohemia bonaerense; se embarcará en un suspiro hacia Bélgica con la inolvidable Renée Govaert, luego a Madrid donde siempre lo esperaba la vida. Descansa sobre una estrofa de Neruda, canta a Atahualpa Yupanqui, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Facundo Cabral, Estela Raval, Joan Manuel Serrat…, para hacer suyo el lamento de los molinos de viento cual Quijote musical.
Me llevaré conmigo todas las madrugadas// Y enhebrando vivencias la canción trasnochada// Que nace en la bohemia de amigos y guitarras//Para que me acompañe dondequiera que vaya// Me llevaré conmigo en los pliegues del alma// La sonrisa de un niño, es decir, la esperanza// Alberto Cortez, el gran cantautor de las cosas simples, el bardo, regresa también con la poesía florecida a los callejones más pobres, tristes y desolados al sur de nuestro continente.
En esos escenarios donde bebes la música y el verso de los labios del trovador, y en donde no importan las transnacionales, tu último coche del año o el suntuoso festín de los Grammys, de la jugosa dictadura del mercado.
De esos espacios, de esos ámbitos de la pobreza no se ha ido; allí fue a burlar el olvido de las grandes disqueras, a plantar su esencia en semillero de maíz, a inyectar mate natal en sus venas. Más que todo a cantar, a inmortalizar esa cotidianidad donde también se esconde la poesía: “En un rincón del alma”, “No soy de aquí”, “Castillos en el aire”, “El abuelo”, “Te llegará una rosa”…
A trascender.
Alberto Cortez también volverá al México que lo amó y se vio reflejado en sus composiciones.
A aquel escenario de Aguascalientes, vestido impecablemente de negro y acompañado de su bastón, su vejez, su enfermedad, su historia, y el piano. Su última vez. A cantar, reír-platicar y cantar.
Cuando un amigo se va// queda un espacio vacío//que no lo puede llenar// la llegada de otro amigo.
Adonis Sánchez Cervera. Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Doctorante. Periodista, editor y corrector de
prensa. Ha publicado en medios impresos en Cuba como El Caimán Barbudo.