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Sistema de Partidos en México: ¿Trampolín para Élites o Vehículo de Representación Ciudadana?

Sistema de Partidos en México: ¿Trampolín para Élites o Vehículo de Representación Ciudadana?

Columnas lunes 12 de mayo de 2025 -

El sistema de partidos políticos en México, pilar fundamental de su democracia representativa, enfrenta una creciente crisis de legitimidad. Lejos de ser percibido como un canal efectivo para la participación ciudadana y el ascenso de liderazgos diversos, una extendida percepción lo señala como una estructura anquilosada que ha servido primordialmente para el empoderamiento de cúpulas y sus círculos cercanos, incluyendo familiares. Esta "partidocracia", como la han denominado algunos analistas, parece haber erigido barreras casi infranqueables para que ciudadanos y ciudadanas sin conexiones o apellidos de abolengo político puedan acceder a posiciones de toma de decisión, generando un profundo debate sobre su funcionalidad actual y la urgencia de explorar alternativas.

La crítica central radica en la endogamia que caracteriza a muchas de las instituciones partidistas. Observamos cómo las listas de candidatos a puestos de elección popular, así como los cargos internos de relevancia, frecuentemente se nutren de los mismos nombres o de sus descendientes y allegados. Este fenómeno, lejos de ser una excepción, parece haberse convertido en una norma no escrita, fomentando la idea de que los partidos son más feudos personales o familiares que espacios abiertos a la competencia de ideas y proyectos. El resultado es una clase política que, en muchos casos, carece de un genuino arraigo social o de una trayectoria forjada en la base ciudadana, dependiendo más de lealtades internas y padrinazgos que del respaldo popular.

Esta situación no solo merma la calidad de la representación, sino que también alimenta la apatía y el cinismo entre el electorado. Cuando los ciudadanos perciben que las cartas están marcadas y que el acceso al poder está reservado para unos pocos, el incentivo para participar activamente en la vida política disminuye. La democracia interna de los partidos, un requisito legal, a menudo se convierte en una simulación, donde los procesos de selección de candidatos son controlados por las élites partidistas, minimizando la influencia real de la militancia y, más aún, de la ciudadanía en general.

Frente a este panorama desolador, es imperativo trascender el diagnóstico y proponer soluciones novedosas o que hayan demostrado su eficacia en otros contextos internacionales para revitalizar la representatividad y abrir las puertas a una nueva generación de liderazgos ciudadanos. No se trata de erradicar los partidos políticos, cuya función como agregadores de intereses y articuladores de programas sigue siendo vital, sino de reformarlos profundamente para que cumplan su promesa democrática.

Una primera vía de exploración, ya implementada con diversos grados de éxito en países como Argentina o Uruguay, es la adopción de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) para la selección de todos los candidatos a cargos de elección popular. Este mecanismo obliga a los partidos a someter a sus precandidatos al escrutinio ciudadano antes de la elección general, diluyendo el poder de las cúpulas y permitiendo que figuras con mayor respaldo popular, aunque sin el beneplácito de la dirigencia, puedan emerger. Para que sean efectivas, estas primarias deben contar con un financiamiento equitativo y una fiscalización rigurosa que evite la injerencia indebida de los aparatos partidistas.

Otra propuesta disruptiva, inspirada en ciertas corrientes de la democracia deliberativa y en experimentos locales en algunas democracias europeas, es la implementación de asambleas ciudadanas sorteadas para la elaboración de plataformas electorales o incluso para la preselección de candidaturas en ciertos niveles. Si bien puede sonar radical, la selección aleatoria de un grupo representativo de ciudadanos, debidamente informados y facilitados, para discutir y proponer políticas o perfiles podría inyectar una dosis de imparcialidad y cercanía con las preocupaciones reales de la población, rompiendo con la lógica de los intereses creados que a menudo domina la política tradicional.

Asimismo, es crucial fortalecer y simplificar los mecanismos para las candidaturas independientes o ciudadanas. Aunque ya existen en la legislación mexicana, los requisitos suelen ser excesivamente onerosos y los recursos con los que cuentan, desproporcionadamente menores en comparación con los partidos establecidos. Reducir las barreras de entrada, garantizar un financiamiento público básico y asegurar una cobertura mediática equitativa podrían convertir a las candidaturas independientes en una verdadera alternativa y en un acicate para que los partidos se renueven. Experiencias en diversos municipios de España, donde agrupaciones de electores han logrado gobernar, o el impacto de figuras independientes en elecciones presidenciales en otros lares, demuestran su potencial.

Además, se podría explorar la limitación estricta de la reelección indefinida no solo para cargos ejecutivos, sino también para legislativos y dirigencias partidistas. Si bien la reelección puede aportar experiencia, su abuso fomenta el anquilosamiento y la creación de cacicazgos. Combinar esto con mecanismos de revocación de mandato más accesibles y menos politizados podría empoderar a la ciudadanía para fiscalizar de manera continua el desempeño de sus representantes, independientemente del partido que los postuló.

Finalmente, la democratización interna real de los partidos no puede seguir siendo una asignatura pendiente. Esto implica no solo elecciones internas transparentes y competidas para todos los cargos y candidaturas, sino también la obligación de que los partidos implementen programas de formación política abiertos a la ciudadanía, fomenten el debate interno y rindan cuentas de manera exhaustiva sobre el origen y destino de sus recursos. El uso de tecnologías digitales podría facilitar la participación directa de los militantes e incluso de simpatizantes registrados en la toma de decisiones cruciales.

La transformación del sistema de partidos mexicano es una tarea compleja y, sin duda, enfrentará resistencias por parte de quienes se benefician del statu quo. Sin embargo, la persistencia de un modelo que privilegia a las élites y sus herederos por encima del mérito y la representación ciudadana genuina es una receta para la inestabilidad y la desafección democrática.

Es momento de un debate profundo y audaz que ponga sobre la mesa soluciones innovadoras, aprendiendo de experiencias globales, para que los partidos vuelvan a ser, o quizás comiencen a ser verdaderamente, instrumentos al servicio de la ciudadanía y no un fin en sí mismos para unos pocos. La salud de la democracia mexicana depende de ello.¡Hay que tomárnoslo en serio!


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/CR

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