Columnas
Más allá del resultado dictado por el juez encargado de revisar y determinar sí la conducta de Donald Trump amerita un castigo en el ámbito legal, sus poderes de seducción parecen intocables, o en el peor de los casos, muy poco afectados.
Ante la amenaza de perder su libertad mostró no preocuparle, sabía que sus antecedentes le impedirían seguramente ubicarse tras las rejas.
Sus votantes han mostrado respaldarlo ante cualquier situación, acusación o campaña mediática en su contra, más allá de su responsabilidad o no, parece ser lo secundario, no importa que estemos hablado de una violación a la ley ya que su poder lo tiene a salvo, increíblemente. La explicación está sin duda en el fanatismo despertado.
Y es que, el fanatismo político no es otra cosa que el apasionamiento de una persona que defiende con tenacidad sus creencias y posiciones, en muchas ocasiones incluso llega a la violencia en su defensa.
Normalmente estas personas son catalogadas como intolerantes e intransigentes.
Bien podemos recuperar lo dicho por Marcel Marceau…” uno tiene derecho a ser integrista, a creer profundamente en sus ideas, pero el fanatismo es peligroso porque elimina al disidente”.
En épocas de elecciones, como se viven hoy en Estados Unidos, el fanatismo político se hace evidente a través, de líderes que buscan fanáticos en lugar de aliados. Confunden la lealtad con la sumisión y la convicción con la creencia absoluta. Esto puede distorsionar la democracia ya que la objetividad y la madurez en la toma de decisiones son reemplazadas por la adhesión ciega a un líder.
Poco o nada importa para Trump que los periodistas, el juez, Juan Merchan, los 12 jurados y unos cuantos elementos más de la corte sur de Nueva York escucharon que lo llamaran: corrupto, tirano, mentiroso y varias linduras más.
Y es que, en un contexto tan confuso en torno al juicio que lo podría llevar por primera ocasión a prisión, la conciencia electoral está socavando una democracia aún saludable y es que el fanatismo político tiende a estigmatizar a los candidatos que no se alinean con las creencias de sus seguidores, lo que dificulta el debate político constructivo y lleva a la generación de escenarios imaginables.
Lo que podemos concluir es que, el fanatismo político impide el diálogo constructivo y la búsqueda de consensos ya que quienes lo padecen tienden a cerrarse a ideas y opiniones diferentes a las suyas. Esto limita la diversidad de perspectivas y obstaculiza la posibilidad de encontrar soluciones efectivas a los problemas sociales, políticos y económicos y el futuro lo hace impredecible.
Y bueno, con un proceso electoral en marcha y un país tan polarizado los escenarios para noviembre se ven complejos, por decir lo menos. A esperar.
@arnc7