Este fin de semana inició la temporada de carnavales en Morelos. Las festividades son inauguradas con el carnaval de Jiutepec celebrado del 17 al 20 de enero. A partir de entonces por lo menos en doce municipios morelenses y en varios de la región de los volcanes se realizaran estas fiestas populares. Entre los más importantes están los de Tlayacapan y Tepoztlán el 20 de febrero y el de Yautepec que se celebra el día 28 del mismo mes.
En Jiutepec, el carnaval comienza con el desfile de las “viudas del mal humor”. Este momento refleja el sentido general de lo carnavalesco: la ruptura con el ritmo de la vida ordinaria a la que se le tiene que poner un paréntesis para liberar todo lo que está reprimido. El deseo, el placer, la risa, la subversión y la unidad popular son liberados sin culpa y temor por un breve tiempo.
El origen de los carnavales en Morelos, según Rafael Gaona, se remonta al siglo XIX y tiene como antecedente a la cultura de las haciendas monopolizadoras de la tierra y los hábitos de vida de sus dueños, los terratenientes, a quienes se les dio el nombre de “gachupines”. Para la memoria oral el carnaval es un reflejo de las tribulaciones de la vida campesina. En épocas de sequía previas a la cuaresma, los terratenientes acostumbraban regalar días de asueto a los peones quienes vivían abusos y carencias la mayor parte del año. Ellos tomaron estas fechas para sacar su desahogo y criticar la dominación que ejercen sobre ellos los hacendados, el clero y la “cultura refinada” de la que se sienten excluidos. En Tlayacapan se registró la primera fiesta en 1867 y también el origen del Chinelo o “Huehuetzin”, el personaje más representativo de estas fiestas.
El brinco del Chinelo es el nombre de la danza de estos personajes. Su vestuario consta de una túnica de terciopelo con detalles de chaquira y lentejuela, una máscara laqueada con facciones españolas y sobre la cabeza llevan un tocado con plumas. Un traje puede costar varios miles de pesos y es un símbolo de la identidad local y regional. El baile se acompaña con los sones del chinelo que tienen casi un siglo de antigüedad y los ejecutan bandas de músicos locales.
Para Mijaíl Bajtín el carnaval representa una síntesis del universo y los sentimientos que componen a la cultura popular. Y es que durante el tiempo carnavalesco literalmente la vida se pone de cabeza. Se suspenden las jerarquías, dando pie a una rebelión simbólica que desacata la sumisión y todas las normas que controlan el cuerpo, la imaginación y el goce del pueblo. El desenfreno llega hasta el hecho de ridiculizar al poder político y a la misma iglesia.
Puesto que en el carnaval se termina con la hipocresía y la doble moral, hay un constante desafío a las estructuras de poder y por eso la actitud carnavalesca es en el fondo un acto de subversión popular.
Rosario Castellanos dice “Tenemos que reír. Porque la risa, ya lo sabemos, es la primera evidencia de libertad”. Y es que el azote de violencia en la que se encuentra sumido Morelos ha hecho que lo que era considerado un paraíso ahora sea una zona roja de la que se vuelve necesario escapar.