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Vino el Covid-19 y nos ‘alevantó’

Vino el Covid-19 y nos ‘alevantó’

Columnas jueves 26 de marzo de 2020 -

Como hombre de campo, mi papá era observador, siempre pendiente del cielo y sus anuncios que veía en las nubes o su ausencia y en otras manifestaciones que entendía de alguna manera. También era afecto a los ‘dichos’ y los refranes, propios de los mexicanos, particularmente de los rancheros, y los repetía con oportunidad y gracia.
Recuerdo una anécdota de hace muchos años. Íbamos rumbo a la frontera y adelante de San Fernando, Tamaulipas, entonces gobernado por las instituciones políticas y no por la delincuencia, alcanzamos a unos paisanos que viajaban en camioneta de lujo a la que intenté rebasar. Imposible, era un conductor de esos que entienden como asunto de honor el que nadie los adelante y a partir de ahí aumentaba o disminuía la velocidad como retándome a que intentara mancillar su hombría. Mientras viajaban, sus acompañantes, que supongo estaban sedientos y hambrientos por la aventura, arrojaban por las ventanillas todo tipo de envases y recipientes. Cuando llegamos al puente internacional de Reynosa pasamos justo atrás de ellos y a partir de ahí, su comportamiento se volvió ejemplar: respetaban su carril, el límite de velocidad permitido y no arrojaron ni una envoltura de chicle. Mi papá, que venía observando, divertido, su comportamiento, comentó ‘mira que barato sale educar a algunos mexicanos, solo 25 centavos de dólar’ que era lo que se pagaba de peaje.
Cuento lo anterior para sustentar la idea de que hay cosas en la vida que, en un momento, transforman el comportamiento y las costumbres de los seres humanos. Eso ha pasado con la pandemia del Covid-19. La humanidad se estrelló de pronto con un muro que detuvo todo. Se acabaron los gozos y empezaron las sombras. Ni el poder, ni la riqueza, ni la sabiduría, salvaron al ser humano del azote catastrófico de la epidemia. Mi papá hubiera dicho ‘vino el remolino y nos alevantó’.
No será igual el mundo cuando pase la crisis, disminuya el miedo —que es lo que verdaderamente paraliza a muchos— y la gente intente volver a su vida cotidiana. Habrá ausencias dolorosas y recuerdos ingratos, costará tiempo y esfuerzo recuperar la tranquilidad y la viabilidad económica y tendremos cicatrices en el espíritu que serán permanentes. Que el mundo sea mejor o peor dependerá de varios factores; habrá, sí, la tentación autoritaria, de imponer ‘el orden’, pero también la posibilidad de recuperar, después del encierro y la distancia, una libertad que la rutina y el consumismo nos hizo perder. Ojalá que esto último suceda.


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/CR

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