El general James Mattis, quien fuera secretario de la Defensa de los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump, ha denunciado públicamente al presidente de ese país señalando que, en vez de unir a las y los estadounidenses, parece preferir hacer lo que sea necesario para separarlos. Esta queja resulta particularmente importante para el caso de los “Estados Unidos de América”.
Recordemos que el proemio de la Constitución de la potencia del norte, que es el modelo que sirve de base al constitucionalismo occidental, comienza con la locución “Nosotros el Pueblo...”. Es decir, el sistema constitucional y político de Estados Unidos se basa, sea como sea, en la construcción plural de un proyecto colectivo a partir de la unidad que significa el pronombre “nosotros”.
Es por este punto de arranque en la historia de la Nación, que las manifestaciones que han sucedido en Estados Unidos, avizoran un cambio en el rumbo del país vecino y, por lo mismo, en el rumbo de la historia de la humanidad. Sin duda, la unidad que exige el proyecto histórico de los estadounidenses, explica en gran medida los grandes episodios históricos de esta nación, desde su fundación, las guerras que han combatido y ganado, incluso sus avances científicos, tecnológicos y, por qué no decirlo, económicos. Para nadie es un secreto que el impulso y protección a la empresa privada, en particular a las grandes corporaciones entendidas como esfuerzos unificados y colectivos, han generado la gran riqueza americana de los últimos 200 años.
Ante ese panorama, parece razonable preguntarse cuál es el espíritu detrás del nacimiento y construcción de los “Estados Unidos Mexicanos”, pues uno esperaría que, al llevar en el nombre ese apellido, nuestro país también estuviera abierto al desarrollo y crecimiento en unidad.
Sin embargo, tal como la historia de nuestro país lo demuestra, ese no ha sido el camino que nos ha tocado transitar: desde el término de la Independencia, facciones contrapuestas han generado divisiones irreconciliables, a partir del principio de que se debe ser intolerante al otro al diferente. Este dogma ha marcado el devenir de México entre guerras, asonadas, traiciones, sangre, asesinatos: derrotas traumáticas para todos.
En el origen de nuestra tragedia yo encuentro dos razones fundamentales: por un lado, los casi cuatro siglos de intolerancia religiosa: la Nación era católica e totalmente cerrada a cualquier otra manera de pensar; la segunda, consecuencia necesaria, la intolerancia ejercida desde el poder, en contra de cualquier otra forma de imaginar los asuntos de todos. No en vano nuestra Constitución vigente, en lugar de arrancar haciendo una loa a la unidad, arranca haciendo confirmando que lo importante es el inmenso poder del caudillo en turno: “VENUSTIANO CARRANZA, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos Mexicanos, hago saber…”.
Es en esa voluntad unipersonal, en esa falta de conciencia y reconocimiento de la otredad como complemento, en esa dualidad, en donde creo que podemos encontrar la razón de gran parte de nuestros pesares. Lo que importa no es lo que necesitamos todos, sino lo que una persona cree que necesitamos todos; lo que importa no es que en un solo día se hayan reportado, por primera vez, más de mil muertos por el Covid-19, sino que a una persona le parece menos grave que se hayan muerto a lo largo de dos meses.
La incapacidad de entender que el primer acto de unidad es compartir el dolor del otro, en especial de los deudos de las 11 mil personas que ha muerto en la epidemia de forma inesperada e injusta, dibuja de cuerpo entero la forma en la que se entiende, desde siempre y ahora, el ejercicio del poder en México: sin estar unidos mexicanos, sino siendo guiados por supuestos iluminados mexicanos. Ojalá algún día entendamos que sólo seremos mejores todos juntos, sin dejar a nadie de lado, sin iluminados o aprovechados. Sin intolerantes.