Hace un par de años, 2 profesores de Reino Unido –Goldoni y Wilkinson- presentaron una importante reflexión sobre el valor y estado que tiene la Constitución en sentido material en la Europa actual.
El planteamiento sostiene que a pesar de que las constituciones vinculan a todos los sectores del Estado –gobierno, sociedad, partidos políticos, minorías, etcétera-, éstas no han cumplido satisfactoriamente su papel de resolución de las crisis políticas, económicas y sociales, debido a que su interpretación y aplicación –en el caso mexicano agregaríamos la perniciosa costumbre constitucional de su constante modificación- desligadas de la realidad y aparajedas a intereses y agendas de élites políticas y económicas, han provocado inestabilidad en lugar de orden.
Los profesores analizan 4 indicadores para determinar la distancia entre la Constitución formal y su eficacia material para regular las relaciones de la sociedad y el gobierno. ¿Cuál es la situación que tienen estos indicadores en México?
i. La unidad política. Estamos viviendo uno de los momentos más álgidos en la confrontación entre 2 posiciones hegemónicas: quienes apoyan al régimen del Presidente López Obrador y quienes son detractores del mismo. Esa división ha conducido a dañar ampliamente la pertenencia a una comunidad, el reconocimiento y la legitimación recíproca de quienes piensan diferente. Ambos grupos se ven como enemigos comunes, escalando la diferencia al grado de utilizar la expresión “traidores a la patria”. Sin duda, lo más anómalo es que los llamados para aumentar esa división provengan de la jefatura del Estado mexicano, cuando esta institución supone todo lo contrario: la unidad nacional.
ii. Las instituciones. Las instituciones son, en los países democráticos, instrumentos para racionalizar el ejercicio del poder, despersonalizarlo, dotarlo de fundamento técnico y neutralidad; son fruto de la cooperación, solidaridad y consenso social sobre cómo alcanzar metas más allá de un gobierno determinado. Nuestras instituciones aparecen debilitadas porque están bajo asedio y se ha minimizado su labor, profesionalismo y resultados de décadas, a cambio de un sistema personalizado e ideologizado.
iii. El tejido social. En términos de los datos oficiales del Estado mexicano y organizaciones internacionales, los niveles de violencia, corrupción e impunidad en México, están en sus peores momentos. El Estado de derecho y el sistema de justicia han cedido paso a la ley del más fuerte, lo que ha aumentado el conflicto social y erradicado la solidaridad interpersonal. Hoy los conflictos están exacerbados y latentes por la disfunción de las instituciones y la propia desunión política fomentada desde el poder.
iv. Objetivos a futuro. Como nuestra sociedad se encuentra tan dividida y las instituciones no pasan por su mejor momento, en lugar de tener frente a nosotros objetivos básicos comunes, estamos ante proyectos políticos y sociales contrapuestos, por lo que no existen las condiciones para la creación y posterior desarrollo de un proyecto común de máximos consensos y pisos mínimos de igualdad y dignidad en la diversidad.
Nuestra Constitución está de cabeza.