Octavio Campos
La institucionalización del gobierno civil a finales de los cuarenta y los efectos del desarrollo estabilizador en los cincuenta crearon la clase media y el ascenso de una nueva clase política. La movilidad social que se ha vivido desde hace más de 70 años acabó con el México rural y la brecha maniquea de dos estratos: pobres versus ricos.
Gabriel Careaga describió muy bien el deseo aspiracional de la clase media para lograr el ascenso en la escala social con el ensayo autobiográfico Mitos y Fantasías de la Clase Media en México; los mejores ejemplos de ese deseo de superación y producto de la nueva clase política que busca el poder son el malogrado Luis Donaldo Colosio -que venía de la cultura del esfuerzo- y el propio presidente, quien seguramente leyó al sociólogo durante su formación universitaria.
De tal suerte que es un contrasentido estigmatizar a la clase media por sus anhelos aspiracionales, cuando se está en la cúspide del servicio público, se tiene más de un par de zapatos, camionetas blindadas, se puede comer ocasionalmente en restaurantes que no son propiamente fonditas y sus hijos no fueron o no van a escuelas públicas.
Con el arribo de Miguel Alemán Valdés a la silla presidencial se acabó con los generalatos y se hizo más urbano el país, ya con Adolfo Ruiz Cortines y su proyecto económico se forjó el desarrollo estabilizador, el cual permitió el surgimiento de la clase media y las grandes ciudades. Se cuenta con las imponentes instalaciones de Ciudad Universitaria que posibilitan el acceso de la clase media a la educación superior pública, se reduce el papel del ejido para dar paso a la pequeña propiedad y se crean las grandes industrias que apoyan la sustitución de importaciones. Los hijos de esos trabajadores y medianos agricultores son los nuevos profesionistas que, con mejores salarios que sus padres, se incorporan a la iniciativa privada y alimentan a un nuevo servicio público que deja de ser burocracia empírica. Así surge la nueva clase política que llegó a gobernar este país desde los setenta y que también forma a sus descendientes con deseos aspiracionales legítimos para obtener un mejor nivel de vida.
Mal hace el presidente en alentar la polarización social y querer excluir a la clase media de su proyecto político y verla como otro adversario porque no comulga con su visión de país o no vota por su partido político. Más allá de las redes sociales, la sociedad mexicana del siglo XXI está mejor informada y tiene más elementos de análisis para discernir sobre los grandes temas nacionales. El Ejecutivo debe darse cuenta de que en nuestros días la dicotomía social no es la que privaba en la era porfirista de ricos y pobres, ni fomentar su antagonismo o en conflicto permanente. Si bien es cierto que por la crisis económica y los efectos de la pandemia hay diez millones de nuevos pobres que retrocedieron un peldaño en la escala social, pertenecientes a la clase media, el grueso de la población forma parte de ese espectro que ahora es criticado desde Palacio Nacional.
Gabriel Careaga catalogó en la clase media a los burócratas, empleados, pequeños comerciantes, profesionistas, intelectuales, estudiantes, técnicos, gerentes y secretarias que son la “ligazón entre proletarios y burgueses”. El presidente -ya lo comprobó- no puede abrir tantos frentes y buscar nuevos rivales. No solo perdió popularidad, también debe aprender a cohabitar con otras fuerzas políticas -la mayoría clasemedieros aspiracionistas-, que no creen en su proyecto político de transformación y se sienten ofendidos por la descalificación que hizo de ellos.
Ante la nueva realidad política del país, el mandatario pudiera cambiar su slogan de “primero los pobres”-que ya son muchos -, por el de “primero la clase media”, si quiere dar viabilidad a un proyecto nacional.