Por Luis Monteagudo
Digno de todo el reproche y de una permanente comparación con una república bananera, es lo único que puede generar el recorte presupuestal a las universidades públicas en México. No simplemente es una iniciativa del ejecutivo encantado con mantener el flujo presupuestario a sus becas, sino que se suma a la campaña de calumnias en contra del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, cuya dirección ha sido omisa ante los infundios, haciendo oprobiosas distinciones sobre la supuesta ciencia “neoliberal”, y aquella que “no lo es”. La titular del CONACYT nos podría explicar a la comunidad científica del país lo que ella y su jefe entienden a respecto, y en qué radica su mal, pero después de aclararnos su postura ideológica, en detrimento de la investigación de un país que sufragaba esos proyectos fundamentales para su desarrollo. En un par de años han embarrado a la ciencia de prejuicios clasistas e ideológicos que solamente han servido para golpear lo más prodigioso que tiene el ser humano: el conocimiento.
Ante el supuesto amor que tiene el ejecutivo a propósito de la historia, no imagino qué pensaría alguien como José Vasconcelos, a propósito de la ideologización que ha hecho la presente administración en torno al conocimiento. Vasconcelos, desde sus años en el “Ateneo de la Juventud” -esa dignísima sociedad que conglomeraba a la joven inteligentzia profiriana, criticando el positivismo institucional-, y en conjunto de próceres como Alfonso Reyes o Antonio Caso, fueron constructores de instituciones que han sido el legado más importante, duradero y enriquecedor de la era posrevolucionaria. La Secretaría de Educación Pública; El Colegio de México; El Fondo de Cultura Económica; El Colegio Nacional, entre otros, son nombres insignes que a todo mexicano nos debe de llenar de orgullo, y que son producto de la reivindicación que personas como las citadas aportaron al país, confiando en que la única manera de obtener el desarrollo no era simplemente construyendo refinerías, sino educando a una sociedad que radicaba en medio de toda esa ignorancia favorecedora de regímenes carismáticos y patrimonialistas, como los surgidos inmediatamente después del proceso revolucionario.
No alcanzan las palabras para expresar la desilusión, incluso en toda la comunidad académica que ya debería de expresar sus posturas en torno al embate al conocimiento, es por ello que cuando leo a algunos de ellos defendiendo a un sujeto como John Ackermann, acusado de acoso laboral y despedido de su programa en el Canal Once, dando la cara por un prócer ideologizado que se atrevió a decir que el Señor Presidente era un “científico”, ante la mirada impávida de Sabina Bergman. Estos firmantes, deberían de estar defendiendo el gran patrimonio científico de todos los mexicanos, porque si no, al rato solamente se leerá la Guía Ética para Transformar México.