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Día de Muertos, un estado de cosas

Día de Muertos, un estado de cosas

Columnas lunes 02 de noviembre de 2020 -


Por Miriam Heredia

Llegamos a otro Día de Muertos, pero esta vez en un contexto de muerte que deja rastros por doquier. No es la primera vez que llegamos a una celebración en la que hay numerosas muertes que lamentar y muchos muertos que honrar. Sin embargo, se pueden recordar pocos en los que en todo se sintiera y supiera a muerte, aún -paradójicamente- en las cosas “no vivas”.

Este festejo anual a nuestros muertos es una celebración a la vida. Nuestra vida presente y la vida pasada de nuestros ancestros. Aún cuando en estos últimos meses hemos sido mucho más conscientes de nuestra mortalidad a raíz de la muerte de propios y extraños, reforzada a modo de cifras anunciadas diariamente, esta celebración no se siente muy oportuna, ya que la situación que se padece en México apunta a que a nuestro país se le está agotando la vida.

La cuestión es que no llegamos a este estado de cosas de forma gratuita ni fortuita. La gente está muriendo a consecuencia de una pandemia, sí, pero de una pandemia que no se ha enfrentado con un sistema de salud robustecido, sino diezmado y pulverizado. Las mujeres seguimos muriendo violentamente, porque el Estado ha abandonado todas las tareas que le corresponden para erradicar dicho fenómeno, y hasta ha contribuido a que el mismo crezca y se perpetúe. Morimos “nosotros” pero también mueren “los otros”, ya que el gobierno actual ha abandonado a los migrantes a su suerte o bien, se ha encargado de perseguirlos.

Y sí, hasta cosas “no vivas”, tangibles e intangibles, están muriendo. Por las tangibles, me refiero a que algunas dependencias públicas como la CNDH, agonizan; otras, como los fideicomisos públicos, se extinguen repentinamente dejando sin amparo alguno a la ciencia, la investigación, la cultura y a víctimas. Las intangibles también ven la muerte de cerca: la división de poderes, la autonomía de órganos constitucionales, la rendición de cuentas, el respeto a las minorías disidentes, el diálogo democrático, la buena administración. La muerte de lo público, en lo público y a consecuencia de lo público, ha sido normalizada.

Y aunque una fiesta como esta nos lleva a homenajear a nuestros muertos como si regresaran a departir con nosotros, recordemos que eso es solo una visita. Las personas, querámoslo o no, seguirán muertas. Así, las instituciones que podían, que debían salvar la vida de muchas de esas personas y preservar dichos valores públicos, si permitimos que sigan desapareciendo, tampoco “revivirán”. Si una visita espiritual de nuestros seres queridos, una vez al año, no nos basta para suplir su ausencia, imaginemos entonces la desolación en que caeremos si nuestras instituciones y valores también se mueren para no regresar, tal vez, jamás.




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