El próximo martes 3 de noviembre hay elecciones en los Estados Unidos. Para entender ese proceso y sistema electorales hay que repasar sus pormenores, pues son muy distintos a todos los demás y no son tan democráticos y representativos como parecen.
En primer lugar, la autoridad de esta materia esta atomizada en muchos órganos, algunos incluso a nivel condado o municipio; es decir, cientos. Cada uno cuenta con sus propias normas y procedimientos para determinar la ubicación de las casillas, el nombramiento de los funcionarios responsables, el control del registro de electores y hasta el diseño y componentes de las boletas o el método de votar, que van desde el postal, el presencial anticipado hasta el presencial en la casilla, que a su vez puede ser en papeleta a mano o en dispositivos mecánicos o electrónicos.
En segundo lugar, existen cientos de maneras para verificar la identidad del elector o electora, pues en algunas entidades se requiere una tarjeta de identificación dedicada con pocas o muchas características de seguridad, que puede ser gratuita o no. En otras solo se demanda cualquier otra identificación y hay entidades donde no se pide ningún documento, pues se alega que la exigencia es una violación del derecho al voto, porque representa un umbral muy alto para ciertos estratos sociales (y raciales) que carecen de documentos o recursos necesarios para adquirir dicha credencial.
En tercero, como consecuencia de lo anterior, el diseño, control y seguridad del registro de electores también son muy diversos pues en algunos casos es automático al solicitar la licencia para conducir y en otros el registro se solicita al momento mismo de emitir el sufragio.
En cuarto, sin embargo, la característica más preocupante del sistema para elegir presidente es el método indirecto o biinstancial. En efecto, en la llamada democracia más antigua y consolidada del planeta, las electoras y los electores estadounidenses no votan de manera directa por el Jefe del Ejecutivo Federal, sino que, al expresar su predilección, lo están haciendo en realidad por un grupo de personas de ese estado que, a su vez, en un momento procesal muy posterior eligen al presidente, ellos sí, de manera directa.
Este conjunto de electores de segundo piso de cada estado, que se constituyen en un órgano extraño llamado Colegio Electoral, que suma 438 integrantes, tiene el deber jurídico de pronunciarse por el candidato que en cada estado haya obtenido la mayoría del denominado “voto popular”. El problema es que no siempre lo hacen y ha habido ocasiones, como en 2000 y en 2016 en que Gore y Clinton, respectivamente, obtuvieron la mayoría de dicho voto popular pero el contrincante, Bush y Trump, ganó en el Colegio Electoral mediante argucias legales y políticas. Avanzaré el próximo martes, día de la elección presidencial.
gsergioj@gmail.com
@ElConsultor