En unas horas llegará a su fin la era más oscura y peligrosa de la democracia norteamericana. Mientras Biden jura proteger y defender la constitución de su país, el palurdo naranja abandonará la Casa Blanca con la más baja popularidad de su vida, la cabeza gacha, las manos sucias y por una puerta marginal.
Fueron un poco más de cuatro años en los que la posverdad devino en prefascismo, con los consecuentes daños, quizá irreparables, para el prestigio, la certeza y la fibra misma del método electoral como el expediente natural al que la humanidad recurre, dentro la ley, para renovar periódicamente a sus autoridades y representantes y resolver sus disputas políticas.
El problema es que el cenutrio neoyorkino se va, pero no las pulsiones que desató y alimentó durante su gestión: racismo, intolerancia a la crítica, desdén por la verdad, polarización política y social, abandono de la ciencia, persecución de la o el diferente… Esas fuerzas oscuras, esos grupos de terroristas domésticos, que refrendaron su poder y su existencia en millones de votos por Trump en noviembre pasado, permanecen actuantes y seguramente diseñando un nuevo asalto a las instituciones, respecto del que las fuerzas democráticas tienen que estar preparadas.
Frente a esas amenazas, reales y presentes, Biden tiene mucho por hacer, claro, pero creo que fundamentalmente respecto de estas 4 grietas, que hacen crujir al sistema entero: restañar la sensación de humillación, abandono y traición de grandes sectores sociales a los que la globalización económica lesionó, tal vez por generaciones; restaurar la necesidad y convicción del trabajo decente y bien remunerado, que le brinda dignidad a quien lo tiene y hace a las personas parte de los logros nacionales; rediseñar el sistema educativo, que se acorazó en un elitismo financiero inaceptable, excluyente de las y los estadounidenses de las clases con menos recursos; y reestructurar un sistema desarticulado de seguridad social y salud pública, atenazado por el control de las grandes aseguradoras y farmacéuticas. En otras palabras, apelar a la integridad pública, valor escaso desde 2016.
Por muchas conductas deleznables y palabras execrables recordaremos el cuatrienio que hoy termina, pero sin duda el primer renglón de la historia del trumpismo será el ataque al capitolio de hace unos días, que no solo dañó inmuebles, salones y oficinas, sino que generó sangre, horror y muerte y al mismo tiempo puso en riesgo la continuidad de la república y la viabilidad institucional de un régimen político otrora enhiesto, soberbio e invulnerable.
Al término de la larga pesadilla nacional norteamericana, todo parecería tender a ir mejor a partir del alba de mañana, pero me temo que la sanación será más accidentada, frágil y lenta de lo que pensamos y eso debe preocuparnos, pues las heridas sanan, como las democracias, pero las cicatrices gritan, como los extremismos.
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