Columnas
En julio pasado perdimos a un gran operador político, excelso legislador, mejor panista e incomparable amigo, esposo y padre, Jorge Alberto Lara Rivera.
A partir de los noventa, lo vi convertirse a toda velocidad en un extraordinario tribuno cuando fue legislador federal y local. Sus contrincantes se dolían que “argumentaba a caballo”, dejándolos con la ingrata tarea de aceptar que alegaban a pie.
Sin ser “electorólogo” declarado, le entendía muy bien a la función comicial, a su vertiente procesal y a las complejísimas dinámicas políticas del proceso de designación de consejerías del INE. Con frecuencia tenía razón en sus intuiciones y pronósticos.
Lo vi Profesor en la Facultad de Derecho de la UNAM. Siempre con salones a reventar, fue excepcional docente con el alumnado, a quienes por igual ilustraba en Procesal Penal, que en combate al lavado de dinero, que en Oratoria Forense. En esta última, al reconocer un día a mi hijo mayor como alumno suyo, lo trató con una muy amable doble exigencia.
Lo vi Director de la fundación Miguel Estrada Iturbide del GP-PAN de la Cámara de Diputaciones. Como dijo correctamente Fernando Rodríguez Doval en un texto reciente para la revista La Nación, mi amigo se había convertido en referencia obligada para los grandes dilemas normativos del más alto nivel constitucional y parlamentario; era, creo, el abogado-político panista más completo de su generación, con enorme acceso a medios, impecable manejo comunicacional y dueño, con soltura, de la más sofisticada doctrina partidista
Lo vi asumir, sin pestañear, una Subprocuraduría General de la República. “Soy quien firma las extradiciones, Checo; imagínate” me contó un día en su oficina, pero nunca lo vi atemorizado.
Su capacidad de análisis, de síntesis y de ejecución revelaban su buen juicio en política, abrazado siempre de la justicia, del derecho y la razón, pero tomado siempre de la mano de un especial Sentido de República y de inquebrantable lealtad a la Constitución.
Fiel a su inquebrantable energía vital, el hermano mayor que nunca tuve había salido indemne de una de esas enfermedades catastróficas que destruyen fortunas y familias.Parafraseando la canción: pero en un día de julio, la noche le ganó.
Yo no estoy triste porque mi amigo el barbón ya no está de este lado de su columna. Allá donde ahora vibra no hay dolor ni frío ni tristeza; es el viento debajo de las alas de Isabel, Mayte, Jorge Jr. y Patricio y sombra protectora permanente para Elsy. Estoy agobiado porque el país, la Ciudad y el PAN han perdido a una de sus más esclarecidas mentes jurídicas, doctrinarias y políticas y han perdido a uno de sus mejores hombres, de esosque la patria siempre exigiendo. Buen viaje, Profesor. TQSM, cabrón. Gracias por todo.
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