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Ese tango ya lo oímos

Ese tango ya lo oímos

Columnas jueves 17 de agosto de 2023 -

Javier Milei, un candidato de extrema derecha libertaria, de los que abundaban en 1984, acaba de ganar las elecciones primarias en Argentina, y es un claro favorito para ganar las elecciones generales presidenciales que se celebrarán en ese país, este mismo año.
Podemos criticar lo que queramos de Argentina, por ser un país que no ha aprendido, pese a décadas de sufrimiento, los parámetros mínimos de responsabilidad de manejo de deuda pública, subsidios, gasto público y regulación financiera. Sí, podemos.

Pero hay otro tema que merece nuestra atención: la aceptación cada vez más amplia, y fanática, que está teniendo el discurso de Milei, en un espacio público que, se pensaría, sí había constatado que sus medidas son torpes y conducirían a mayor pobreza. Es impensable que, en una era de comunicación global en tiempo real, no haya nadie que exhiba los orígenes y resultados (o falta de resultados) de ese discurso antigobiernista y libertario, de alguien que pretende llegar a la presidencia para, literalmente, demoler al Estado.

Lo anterior no es obvio: en Argentina se han unido la ola populista, que de por sí tiende a generar gobiernos que se comportan como pandillas (gobiernan para su base, no para todos, y ven la ley como un estorbo de la voluntad popular, que es la del líder) y la crisis económica sostenida a niveles cubanos, lo que puede producir una nueva ola, paradójicamente, neoliberal.

La desregulación, extinción del banco central, la dolarización y el resto de las propuestas de Milei, tienen como fondo una premisa falsa: que fue la regulación y el Estado lo que generó pobreza en Argentina y en la región.

Eso es, sencillamente, falso. Las medidas que propone Milei, en su gran mayoría, se tomaron en América Latina y Asia luego de la crisis de la deuda pública de los años ochenta, donde los organismos internacionales se convirtieron en decisores de las políticas macroeconómicas, sacando la economía de la esfera de lo “decidible” o debatible políticamente.

Eso implicó que los gobiernos y partidos, sin importar su filiación, tuvieran un margen de maniobra reducido, y esa tendencia prevaleció hasta, quizás, 2010, cuando en distintas regiones, a veces mediante protestas sociales y a veces mediante leyes drásticas, algunos países empezaron a reivindicar la potestad de decidir sobre la economía, los impuestos, la regulación de los bancos y el resto de temas, que ya se consideraban despolitizados.

Los organismos internacionales han tenido que ceder en su discurso, porque en el ámbito que les gusta, el de los números, su modelo fracasó: generó un crecimiento más limitado que su contraparte de economía mixta y tiene a China y la India como una bofetada donde la economía centralmente planificada está generando el PIB más elevado; aumentó la brecha de desigualdad a niveles nunca antes registrados, y ni siquiera pudo evitar las crisis globales recurrentes, como la del 2008.

Pero eso no obsta para que Milei esté proponiendo exactamente lo mismo que hundió a los países en donde están, como la solución al problema. Es difícil de creer, pero millones de personas le están comprando el discurso. Si Milei termina con el banco central y dolariza la economía, los argentinos deben pensar en dos riesgos: el primero, que para dolarizar la economía, el Banco Central debe tener dólares, suficientes reservas para retirar todo el dinero circulante de pesos argentinos y cambiarlo por dólares, que es el dinero que ahora se utilizará oficialmente. Y lo que no tiene Argentina en este momento son reservas de dólares (en parte por eso son las devaluaciones semanales). Milei tendría que pedir una cantidad ridícula de dólares en préstamo y eso aumentaría el servicio de deuda considerablemente. ¿Cómo lo va a pagar Argentina si no ha podido pagar lo que ya debe ahorita?

El segundo, y relacionado con esto, los gobiernos se consideran, a través de los bancos centrales, prestamistas de última instancia. Esa característica es lo que permitió a EU, por ejemplo, salir, raspado y todo, de la crisis de 2008, y contener las de hace unos meses de la quiebra de los bancos de Silicon Valley. Cuando no hay prestamista de última instancia, frente a una quiebra financiera o una corrida bancaria, todas las demás instituciones caen como fichas de dominó.

A diferencia de lo que ocurre con otros populismos, como el de Orbán o el de Boric, estos populismos, los libertarios, tienen todo el apoyo de los mercados, las empresas trasnacionales, y en general las élites económicas globales, además de los países ricos (que son proteccionistas al interior pero libertarios al exterior). En un contexto donde la migración, la guerra comercial con Asia, la protección de la propiedad intelectual a costa de lo que sea y el nearshoring, Argentina puede volverse un paraíso para la inversión extranjera si gana ese candidato. Pero eso no se traducirá, de ninguna manera, en un beneficio para los argentinos.

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/CR

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