Columnas
Estaba haciendo la revisión final de la columnilla de esta semana que sería una apología de Rafa Nadal, quien había anunciado su retiro hace unos días, cuando me enteré de la muerte a los 63, casi 64 años (los cumpliría el 1º de noviembre), de Fernando Valenzuela. Algo sabía de sus problemas de salud, pero no tenía idea de su gravedad. Ni hablar, triste e inesperada noticia y por ello trataré, con perdón del buen Rafa, desde el corazón y la memoria sobre “El Toro” de Etchohuaquila. Te pido lector, lectora, que pases por alto la mala redacción, todo saldrá en directo, sin estadísticas ni numerología exhaustiva, salvo algún datito muy puntual y contundente.
Siendo casi un niño yo lo vi y lo viví con intensidad nunca antes vista, junto con millones de aficionados y no aficionados al béisbol en aquel 1981 de ensueño cuando los Dodgers de Los Ángeles derrotaron en la Serie Mundial a los Yankees de Nueva York. Mientras escuchábamos en la tele el relato cargado de emoción y sabiduría beisbolera de Jorge “Sony” Alarcón y Pedro “El Mago” Septién, que también estaban al borde de un ataque de nervios, todos estábamos en el paroxismo antes de que cayera el último out y, cuando finalmente sucedió explotó una euforia indescriptible, brincábamos, nos abrazábamos, incluso hasta alguien derramó lágrimas de felicidad, reacción que se multiplicó por millones en los hogares de todo el país (no exagero, en serio, así sucedió). Literalmente fue una fiesta nacional ese triunfo apoteósico, que fue percibido no sólo como el de un equipo más del llamado rey de los deportes, sino como el grandioso triunfo de un mexicano que apenas unos meses antes de la temporada era literalmente un desconocido.
Necesitábamos con urgencia un héroe y Fernando Valenzuela lo fue como casi nadie en la historia de nuestro deporte (Pedro Rodríguez, Hugo Sánchez y Julio César Chávez también lo fueron en su momento). Era la “Fernandomanía” en pleno que se había apoderado del panorama deportivo nacional y también del de los Estates; desde el principio de esa temporada del 81 “El Toro” se hizo notar, porque en sus primeros ocho juegos como pitcher abridor ganó con una contundencia nunca antes vista en Grandes Ligas. Era un novato de apenas veinte años que había hecho del “screwball” un arma devastadora que lo convirtió durante un mes en la mayor estrella deportiva del mundo. El “screwball” es un raro lanzamiento que sólo unos pocos han dominado, el cual hace que la trayectoria de la pelota describa la forma de una espiral o tornillo, muy difícil de batear. Fernando fue el amo indiscutible del “screwball”.
En fin, se nos murió Fernando Valenzuela y lo único que puedo hacer es agradecerle por todo lo bueno que hizo por el deporte mexicano, por darle a los hispanos en Estados Unidos un motivo de orgullo, de unión y autoestima, tan necesarios en un ambiente tan hostil como es el país del dólar. ¡Gracias Fernando, siempre estarás en nuestros corazones!