Apenas el 12 de junio de este año, Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz estaba a las seis de la mañana afuera de las enormes puertas de Palacio Nacional, con un amparo en las manos, mientras Andrés Manuel López Obrador le impedía el ingreso para ejercer su derecho de réplica y responder a los señalamientos del propio mandatario quien señaló en su momento que la hidalguense quería desaparecer los programas sociales. Ahí surgió la esperanza de muchos mexicanos que veían en ella una posibilidad de triunfo en las elecciones presidenciales de 2024.
Eso ya es historia. Xóchitl se convirtió después en precandidata del Frente Amplio por México, que integra a los partidos Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD). Superó en el proceso a Beatriz Paredes, Santiago Creel y Enrique de la Madrid, sin que hubiera ningun rompimiento, todo terso, suave, sin fracturas visibles.
Sin embargo, ya preveíamos que el camino era largo y sinuoso hacia los comicios del año próximo, pero en este trecho, la aspirante ha cometido varios errores muy visibles que denotan su falta de experiencia, de carácter, de personalidad y hasta de talento para superar obstáculos tan sencillos como la falla de un teleprónter en un discurso; o más complejos como elegir al equipo que la va a apoyar.
Xóchitl no ha sabido resolver todo ello. Eligió mal a Santiago Creel como su coordinador de campaña, tal vez en una actitud diplomática, para quedar bien, pero se está jugando la presidencia de la república, con las encuestas muy debajo de Morena y debería haber designado a alguien mucho menos gris, con talento e inteligencia. Da la impresión que el exsecretario de Gobernación sigue de vacaciones, no ha regresado.
Se pensó desde un principio que la candidata del Frente Amplio por México iba a recibir golpes políticos duros para bajarla y ciertamente le han pegado con todo, empezando desde López Obrador, el verdadero jefe de campaña de Morena, pero nunca imaginamos que ella solita se iba a dar de balazos en los pies como cuando criticó, en un lapsus, al líder del PRI y minutos después se desdijo. El trancazo ya estaba dado.
La aspirante abusa de las sonrisas tontas, las simplezas y leperadas: A lo mejor en un principio le caía bien a la gente, pero ahora ya no tanto; puede ser coloquial sin llegar a la vulgaridad, puede ser simpática y sencilla y al mismo tiempo ofrecer alternativas serias y formales para los problemas nacionales que aquejan a México. Tiene que recordar que es candidata a la presidencia de la república, no a la presidencia municipal de Timbuktú.
No tiene asesores de peso; ni siquiera para que se les ocurra entregarle su discurso escrito, por cualquier posible falla del teleprónter. Hacer público que “alguien” cortó los cables del teleprónter no es pretexto, es una excusa boba por no llamarlo de otra manera. Tampoco tiene un vocero que sepa cómo responder de inmediato y de manera contundente a cualquier señalamiento en contra.
Hasta ahora, Xóchitl y los dirigentes del PRI, PAN y PRD dan la impresión que no quieren la presidencia de la república o ya entendieron que, como es muy complicado ganarle a López Obrador y a Morena, prefieren llevársela tranquila y mejor buscar obtener posiciones en el Congreso de la Unión y alguna gubernatura.
En la Ciudad de México las cosas están igual o peor. Se nota que la oposición tampoco quiere ganar. Adrián Rubalcava Suárez, alcalde de Cuajimalpa y candidato a la jefatura de gobierno está peleado con el otro aspirante, Santiago Taboada, alcalde de Benito Juárez. Ruvalcaba acaba de renunciar a su partido, el PRI, en un show en el cual la invitada sorpresa, para darle dizque apoyo, fue la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, quien no deja de declarar que ella también quiere ser considerada.
Mientras tanto Andrés Manuel López Obrador, Morena y sus aliados deben estar viendo al Frente Amplio por México desde lejos, atacados de la risa.