A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan los pensamientos.Lope de Vega
Benjamín Barajas
La capacidad de figurar la realidad mediante símbolos y signos es una acción fundamental en el proceso del desarrollo humano, según las conjeturas de las investigaciones lingüísticas, antropológicas y de la biología evolutiva. Los científicos suelen situar la aparición del homo sapiens hace dos millones y medio de años y las pinturas rupestres más antiguas suelen datarse hace unos 70 000 años, de modo que el lenguaje hablado tuvo que surgir antes de las primeras manifestaciones simbólicas.
A las representaciones primigenias en las cavernas se deben sumar los alineamientos de las piedras y la agrupación de los cadáveres, con ofrendas ancestrales, para demostrar que el hombre primitivo había logrado establecer un mundo alterno, donde podían habitar los difuntos, los espíritus y los dioses ancestrales. Este salto cuántico implica una escisión de la naturaleza y, desde entonces, aparece una segunda realidad mental que inaugura, como dirían los filósofos, la caída del ser humano al devenir histórico y, por tanto, cobra conciencia del tiempo, del espacio y de su propia muerte; a diferencia del resto de los animales, situados en el limbo de la eternidad.
Con el lenguaje surge la capacidad de significar todos los aspectos de la vida humana, aparecen las nociones temporales del presente, pasado y futuro; también el ansia de perdurar más allá del breve instante de la vida, mediante la fabrilidad –el apetito por construir murallas, pirámides y mausoleos– y la reproductividad biológica para perpetuarse en la especie. Todas estas acciones están acompañadas de los rituales mágicos, religiosos y sociales, vinculados con la repetición de los ciclos de renovación y clausura del calendario mítico.
Los ritos ancestrales, según el sociólogo Émile Durkheim, no son ajenos a la era moderna, subyacen en ella, representan elementos de cohesión social y son igualmente necesarios para asegurar la salud mental de las multitudes; quienes deben llenar su vacío espiritual mediante las celebraciones colectivos. Los rituales de nuestros días son los espectáculos deportivos, culturales y recreativos, incluidas las fiestas cívicas, los mítines políticos, las ceremonias religiosas, las verbenas comerciales y los periodos escolares, entre otros; pero todos ellos se han visto interrumpidos, de manera abrupta, por la pandemia del Covid-19, la cual nos ha impuesto el regreso a la caverna de Platón, según la clásico alegoría del filósofo griego.
En este sentido, el encierro forzado ha interrumpido la sociabilidad humana, basada en la mutua dependencia emocional y el acompañamiento, como medio para sobrellevar las soledades y las pequeñas intrigas de la vida cotidiana; y ha levantado muros en las relaciones de trabajo, estudio y recreación. Además, nos ha ubicado en una etapa donde deberemos imaginar una visión alternativa del cosmos, en el marco efervescente de las redes sociales.
En efecto, estas agrupaciones, a falta del contacto físico entre las personas, promueven, a su manera, la cohesión y los rituales de la vida humana, a través de las pantallas de los celulares, tabletas y laptops; las cuales se han convertido en las ventanas para mirar el mundo. Sin embargo, a esta revolución comunicativa, que pareciera llevarnos a una simplificación de la realidad, se deberá oponer el lenguaje como esencia del pensamiento y la memoria, para devolver la confianza del hombre y la mujer en su devenir histórico.