Columnas
La Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), principal reunión anual de líderes y activistas de la derecha en Estados Unidos, cumplió el pasado fin de semana su quincuagésimo aniversario convertida en una apoteosis para Donald Trump y esto no deja de llamar poderosamente la atención. Apenas en 2016, cuando este evento todavía era considerado un espacio de debate y reflexión del conservadurismo, el magnate canceló a última hora su participación porque temía la hostilidad de un público generalmente apegado a las esencias del conservadurismo clásico. Ahora todo es radicalmente distinto. El expresidente es recibido año tras año como el líder supremo de “un movimiento sin precedentes en la historia” contra el “wokismo”, la inmigración, las teorías del calentamiento global, la globalización, la agenda 2030 de Naciones Unidas y el cual está alineado con todo tipo de teorías de conspiración y sigue al pie de la letra la práctica del manual populista de distinguir entre “nosotros” (el pueblo) y “ellos” (las élites globalistas).
A pesar de ser “antiglobalizadora”, esta nueva derecha se está globalizando. A la CPAC acuden líderes de todo el mundo. Uno de sus grandes favoritos es el primer ministro húngaro Viktor Orbán, quien hace un par de años declaró ante la Conferencia: “Seamos honestos, las cosas más malvadas de la historia moderna fueron llevadas a cabo por personas que odiaban el cristianismo. No tengas miedo de llamar a tus enemigos por su nombre… La política no es suficiente. Esta guerra es una guerra cultural”. Este año no asistió Orban, pero si Nayib Bukele, Javier Milei y Santiago Abascal. “El globalismo ha muerto en El Salvador”, dijo Bukele, olvidando a los millones de inmigrantes salvadoreños presentes en Estados Unidos. Abascal denunció a los esfuerzos medioambientales de la Unión Europea con la frase: “Su futuro verde es en realidad un futuro rojo” y llamó a la unión de los defensores de los “valores en crisis de Occidente”. Milei dio un anodino discurso técnico.
Grandes diferencias distinguen a estos conservadores de los de antaño. The Economist destaca: “En lugar de ser escépticos con respecto a un gran gobierno, consideran a la gente común acosada por fuerzas globales impersonales y solo el Estado soberano puede ser su salvador”. Son feroces nacionalistas y aunque entre ellos existen algunas diferencias todos están obsesionados con desmantelar las instituciones “contaminadas por el wokismo y el globalismo”. También tienen pulsiones claramente autoritarias. Una vez en el poder se ven tentados a abandonar principios caros para los conservadores clásicos como lo son la fortaleza de las instituciones autónomas, el freno a los poderes del Estado, la transferencia pacífica del poder y la separación de poderes. Sobre todo, esta nueva derecha se basa en la política del agravio y la paranoia.