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La antipatía del gobierno a las causas ciudadanas

La antipatía del gobierno a las causas ciudadanas

Columnas viernes 21 de febrero de 2020 -

La empatía es una cualidad que los seres humanos adquirimos a través de una formación. La imaginación se cultiva, y las humanidades resultan ser el medio vital para desplegar esas facultades vinculadoras con nuestros congéneres. La empatía no es un constructo neutro, un medio para justificar comportamientos con los que no podemos estar de acuerdo, simplemente es un recurso para entenderlo; para que sin la anteposición de prejuicios se pueda comprender a otro ser humano en las circunstancias que lo llevan a actuar.
La empatía no puede ser ajena a los gobernantes. Precisamente por la importancia de la empatía, no deja de ser sorprendente la postura de las autoridades federales, y en especial, del Presidente de la República, a la hora de referirse a la violencia miserable desatada contra las mujeres, que se ha visibilizado de una manera aterradora. No nos sorprende, el Presidente, a la defensiva siempre, ha dado muestras de su antipatía en otros momentos críticos: el desabasto de medicamentos; la delincuencia; el déficit; los insultos clasistas que han fracturado la unidad social. Los ejemplos se multiplican, y todos sus sorprendentes errores, los pretende tapar o reduciéndolos al absurdo, o utilizar un tercero culpable que normalmente se sintetiza en “los gobiernos neoliberales”.
La demagogia siempre ha tenido una guarida segura en inventarse un enemigo al cual culpar de todo. No ha dejado de ser una de las reglas de oro de la política realista, a la que nada resultaría más ajena la estrategia presidencial, supuestamente idealista, y donde las consideraciones morales ocupan un quinto plano, salvo como instrumento hipnótico para consumo de fanáticos dispuestos a exculpar al Presidente de la República de sus imperdonables faltas a la constitución y a la moral.
Las declaraciones infames sobre los feminicidios, hacen de nuestro gobernante un sujeto antipático hasta la desesperación, que en su caso también puede denominarse como crueldad. La crueldad es un uso de la violencia exagerada, como extremas han sido un sinnúmero de decisiones torpes que se cobran a los ciudadanos a través de su calidad de vida. Los ciudadanos siempre han pagado, y pagarán, las torpezas de sus gobernantes, y quizá en los sistemas democráticos es lo justo cuando ellos mismos fueron los votantes. Los que no votamos por el triunfador, para nuestra desgracia, también los sufrimos.
El movimiento feminista, agraviado por la antipatía gubernamental, nos requiere. El uso de los recursos de la sociedad civil debe aportarse para salvaguardar a nuestras mujeres de la infamia de los delincuentes y la incapacidad brutal de esta nueva clase política. Con los recursos a nuestro alcance el reproche al gobierno debe de tener un costo: su derrota en las elecciones intermedias, donde las mujeres pueden liberarnos de este cruel despotismo.


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