“Un muerto es una tragedia; un millón de muertos es una estadística”, esta frase es atribuida a Stalin, pese a que no existe referencia escrita de ello, pero esta no es la discusión en la que quiero centrar la columna del día de hoy, pero sí su hilo conductor.
El pasado 24 de octubre murió por Covid el senador de Morena, Joel Molina Ramírez, sólo dos días después de haber asistido a una sesión maratónica en el Senado de la República en la que se discutió acaloradamente para, finalmente aprobar, la eliminación de los 109 fideicomisos públicos. Después de esta trágica muerte, se activaron en el Senado todos los protocolos necesarios para realizarle pruebas de detección de Covid a los 128 senadores, así como a gran cantidad de personal de apoyo de la Cámara Alta. El martes pasado la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, dio positivo a coronavirus, afortunadamente ha declarado estar bien de salud y también tuvo la fortuna de tener acceso a una prueba, sin presentar síntomas.
Es muy clara la alta responsabilidad que tienen cada uno de los senadores con la nación y, una muerte, siempre será una desgracia; sin embargo, a nueve meses de que apareció el primer caso de Covid en México, esta visión no se comparte con los demás habitantes de este país, que somos vistos como una simple estadística. Al 27 de octubre, se han reportado 89 mil 814 muertes en México y sólo se aplican 11 pruebas por cada mil habitantes, cifra muy por debajo de cualquier país latinoamericano.
La mortalidad en hospitales públicos contra privados es de tres a uno, los más vulnerables son los que menos recursos tienen y esto pone de manifiesto la fragilidad del sistema de salud público en México. La llegada del Covid-19 incrementó la demanda de servicios médicos y evidenció las carencias estructurales del sistema.
Por si la situación macroeconómica y de las finanzas públicas no fuera de por sí preocupante, el sector sanitario del país está fragmentado e históricamente se ha invertido poco en él; ya antes de la presión que está ocasionando la pandemia, tenía dificultades para atender a una población del tamaño de México y el perfil de sus enfermedades.
Desde el principio de la pandemia no ha habido mensajes claros ni sobre la gravedad de la amenaza, ni sobre la respuesta del gobierno federal, que abusa de explicaciones técnicas para oscurecer la exposición. Resulta evidente que las autoridades de salud han adoptado criterios políticos en sus decisiones sanitarias, lo que ha traído como consecuencia la incapacidad de tomar conciencia que somos una de las naciones más afectadas por la pandemia en la actualidad. Tristemente en este país, la tragedia de uno es sólo la estadística de otro.